VIAJE A NINGUNA PARTE...

Encontrarte en una ciudad que desconoces resulta duro.
Debe ser que a las de pueblo se nos nota en la cara.
Mi periplo empieza cuando intento seguir una señal que hace tiempo se ha apagado.
Pero…
Cosas del destino…
Y ahora que lo pienso, de una mujer probablemente o sin duda alguna, estúpida…
Ese dinero lo guardaba para otro viaje.
Debía haber seguido guardado.
Me había planteado únicamente adivinar en ojos ajenos lo que debían guardar los míos que ya hacía tiempo, lo negaban a cada paso.
Y…
Seguí una señal consumida demasiado tiempo antes.

La vorágine me lleva a sentir miedo.
Debí haberle hecho caso también a esa señal.
Me acomodo en el asiento tras algunas taquicardias varias, y es que antes sólo había tomado dos trenes.
Había preguntado a varios trabajadores cómo llegar bien a destino.
Tantas señales a la vez mirando en todas direcciones y no quería ir a otro lugar que no fuera el que marcaba mi billete.
La noche se hace larga, y casi estoy a punto de acabar el libro. Espero haberlo acabado al llegar.
Parece que vaya a mudarme. Llevo conmigo el pc cargado hasta los topes de batería por si me apetece escribir.
Una bolsa con algo de ropa y el bolso.
Llevo ropa cómoda y un calzado adecuado.
Antes de coger el tren he pasado por la tienda y me he cargado de caramelos, gominolas, chocolate y algo de beber.
Llevo dentro de la bolsa un sándwich y algo de fruta, pero conociéndome como me conozco, y es que van ya para treinta y algunos años, no creo que pruebe bocado hasta haber llegado al hotel una vez haya decidido entre los que llevo apuntados en el papel.
No he hecho reserva.
Es más probable que acabe con la bolsa de caramelos antes que con el sándwich.
Ando nerviosa... Ni de coña. Ando histérica!
Siete horas deben ser suficientes…

Cuando entiendes que la gente usa ese medio de transporte para hablar de sus cosas invitando al resto de los pasajeros a escuchar sus monsergas sí o sí, desistes de la lectura. La escritura tampoco es buena idea.
El cansancio empieza a dar cuenta, y los nervios ayudan a que la cabeza caiga a plomo sobre la ventanilla y el leve movimiento del vagón se convierte en el tranquilizante necesario para que tus párpados caigan también a plomo.
Duermo a intervalos cortos.
Me asusta pasarme.
Quiero llegar.
Sólo me falta el hatillo y seré una Lina Morgan más camino de la gran urbe.
Me aterra que puedan robarme, así que la bolsa la llevo entre las piernas, el pc anda reposando sobre el asiento de al lado que anda vacío, pero he alargado la correa para poder llevarlo al cuello.
El bolso está sobre mi regazo.
Intento volver a dormir.
Una sacudida me aleja de golpe del cristal en el que mi respiración ha formado vaho.
Fuera parece llover pero no estoy segura.
La luz del vagón es tenue.
Y apenas puedo ver nada más que simples puntos de luz en la lejanía.
Ya no proliferan las voces que te invitan a conocer otras vidas. Ahora lo hacen los ronquidos.
En unas cinco horas llegaré a destino.
Pienso si poner la alarma media hora antes en el móvil.
Desisto de la idea.
Vuelvo a coger el libro.
Parece que vaya a ser más fácil ahora que sólo algunas personas se esconden tras su cuello, esperando de esta manera que el tono de voz mengüe.
Pienso cuándo compré el libro.
No es en absoluto lo que esperaba por el título, y también pienso que eso no me ha servido de mucho en las elecciones literarias que he hecho. Nunca.
Ando con ganas de acabarlo para conocer el final sorprendente que seguro me espera.
La pareja de ancianos que hay sentada al otro lado del vagón duerme.
De vez en cuando la mujer se incorpora en busca de una posición que le permita descansar mejor. Mueve la pequeña almohada de viaje que la acompaña de un lado al otro.
Mira hacia donde estoy, pero dudo que sin esas gafas que cuelgan de su cuello, pueda ver nada.
Ataco sin compasión el chocolate. Tras él algunas patatas, y el agua.
Vuelvo a la lectura.
Ocho capítulos.
Sólo ocho.
Pienso si enviar el mensaje.
No son horas.
Tal vez mañana por la mañana.
Empiezo a pensar en lo cómico de la situación.
Esta mañana sin pensarlo dos veces y tras algunas llamadas de teléfono, abducir por completo a unos cuantos que ni saben dónde ni por qué, y darle un partido precioso al poco tiempo del que disponía, y… Ando sentada de camino.
Ni siquiera sé dónde voy a dormir, y sólo espero no hacer el viaje en vano esperando encontrar una butaca.
Empieza a recorrerme esa sensación que me inunda por completo cuando hago las cosas sin pensar.
Intento distraerme y llenar ese vacío con algo de fruta.
Las pieles de la mandarina van a parar a la bolsa en la que llevo en sándwich.
Lo miro.
No.
No me apetece.
Algunas cabezadas más tarde, empiezo a notar el nerviosismo de la gente.
Pregunto a la señora, vecina de asiento si ya llegamos y responde que sí.
Le agradezco la información y empiezo a temblar.
Me parece todo tan extraño.
Apenas despunta el día.
Abro el bolso. Busco de nuevo el móvil.
Lo miro y decido que por la hora que señala, sigue sin ser buena idea enviar el mensaje.
Me atesoro de mis posesiones y cuando el tren para, espero a que la gente vaya abandonando sus asientos poco a poco.
Los vecinos hacen lo propio y me dispongo a ayudar a aquella mujer a la que le cuesta levantarse porque una de las piernas no le responde. Dejo mis cosas en el asiento. Tras de mí.
Después que haya conseguido ponerse en pie, vuelvo a por ellas.
Cierro el bolso. Una décima de segundo me vale para alejar aquella idea de mi cabeza. Quiero bajar.
Me dirijo hacia donde marcan las señales. La espalda me duele. Demasiado peso y mal repartido.
Una vez en el baño, abro la bolsa donde llevo la ropa y el neceser, me recojo el pelo que a esas horas y tras varias cabezadas danza a su antojo sobre mis hombros.
Un poco de anti ojeras, un poco de rímel y brillo de labios devuelven a mi cara el aspecto humano con el decidí salir anoche de Barcelona.
Menuda cara…
Es temprano. Y siento miedo de salir de la estación.
Qué estupidez!
Decido ir a tomar un café. Lo necesito.
Sigo sintiéndome valiente. Puedo pedir un café en otra ciudad. Y puedo hacerlo sola!
Estoy hecha una mujer de mundo!!!
Con lo fácil que resulta cómo no lo hice antes?

De nada me vale pedirlo en taza.
Los vasos son de plástico.
No puedo comer nada más.
Pienso que he acabado con las provisiones de chocolatinas, caramelos, y patatas…

…Un sudor frío recorre mi frente de un lado al otro.
Me digo para mí misma que debo tranquilizarme.
Lo habré cambiado de sitio.
Seguro.
A lo mejor…
Por Dios que sea a lo mejor…
La dependienta espera. Es una chica simpática con rasgos latinos y una cabellera negra que brilla bajo los focos.
Tras algunos minutos que se hacen eternos y sabiendo que un pensamiento fugaz puede estar dándote una señal, acabo por comprenderlo…
Me disculpo ante la dependienta.

_Se encuentra usted bien, señorita?...
_Sí. Disculpe. Puede decirme a dónde acudir para formular una denuncia por el robo de un monedero?...

Tras hablar del problema con un compañero, éste se acerca y me ofrece el café al ver mi cara.
Una pareja esta vez más joven que la del tren y que anda sentada en la misma barra, se percata de cuanto ocurre y se acerca.
Dejo de sentirme valiente de golpe.
La chica me invita a sentarme.
Empiezan las preguntas…

_Has buscado bien en el bolso?...
_Y en la mochila?...
_Dónde lo sacaste por última vez?...

No acierto a contestar las preguntas de manera ordenada.
Ando nerviosa. Enfadada. Sintiéndome de todo menos valiente.

El chico se acerca acompañado de un policía y ya por entonces mi piel se ha vuelto tiza, mis piernas alambres y un hilo de voz es lo más que acierta a salir de mi garganta.
Contengo las lágrimas.

_Me acompaña por favor?...

Tras llevarme a una sala anexa a la de venta de billetes, sacamos todo cuanto llevo en el bolso y la mochila.
Abro la funda del pc donde éste reposa tranquilo junto al cable del cargador.
Nada.

_Siéntese. En un momento vendrán a atenderla.

Veinte minutos después y tras pensar que los buenos actos de unos, son aprovechados por otros, aparece un chico joven, vestido de calle.
Supongo que es un secreta.

Le explico lo que ha sucedido y tras llenar los formularios, me indica los pasos a seguir para poner la denuncia.
Me avisa de la posibilidad de encontrar los documentos, no así el dinero.
Lo sé.
Qué estúpida me siento en ese momento...
Dos horas después, tras haber buscado en el ordenador mi nombre y hacer cuantas comprobaciones creyeron necesarias, me preguntan si tengo la posibilidad de contactar con algún familiar o amigo.
Les dejo mi número de teléfono para que puedan avisarme si encuentran algo y salgo hacia la gran entrada desconfiando ahora de todo lo que me envuelve.

Llamo a casa para pedirles el teléfono de la tía de mi madre, que vive allí con una de sus hijas…

La voz queda al otro lado, me resume sin necesidad de palabras, el aviso que me hicieron antes de salir…

Apunto en la pequeña libreta el número.

Dos minutos más tarde y tras algunos tonos, Angelita descuelga el teléfono.
Mi primer pensamiento es su audífono. Sólo espero que lo lleve puesto. Si ha cogido el teléfono es lo más probable…

Sólo un cuarto de hora después suena mi móvil.
Es Angelines, que me indica la imposibilidad de acercarse por trabajo, pero que me facilita la dirección del piso al que debo dirigirme.
Tomo un taxi.
Leo desganada la dirección que acaban de darme.
El taxista intenta entablar comunicación verbal, pero desisto de responder a sus preguntas por si en algún momento se me escapara que acaban de robarme y decidiera parar su carrera y dejarme allí mismo.
Una hora después y debido al mal tiempo, sigo sentada en el mismo taxi.
No quiero pensar en nada. Y cuando decido esto, desaparece de mi mente la posibilidad de que aquel hombre, sea otro que aprovecha el momento y estemos dando vueltas en círculo.

_Disculpe. Cuánto vamos a tardar?
_Hoy el tráfico está fatal señora, pero no creo que más de diez minutos.

Mi mente empieza a salir del letargo y del miedo, y en mi cabeza sólo una palabra que suena por encima de las demás….Señora….Con el consiguiente activado de otra que resonará durante el resto del viaje…Idiota….

Llamo a la tía Angelita y la aviso de que llegaré en diez minutos, a lo sumo un cuarto de hora.

Reconozco la zona, o eso me parece, cuando nos acercamos al bloque de pisos.
La veo apoyada en su bastón y mira al taxi con recelo.
Le indico al taxista que espere un momento, que regreso en seguida.

Mi tía me acerca el dinero sin ni siquiera besarme, y me hace señales para que pague al taxista.
Pregunto cuánto ha sido la vuelta. Pago y saco mis cosas de allí asegurándome de no perder nada esta vez.

Cerca de una hora después ya tenía billete de vuelta a casa. A mis cuatro paredes.
Mi cuñada se había encargado de arreglarlo todo.
Podía tomar el tren de las cinco o el de las siete de la tarde.
Sin saber demasiado bien por qué, elegí el de las siete.
Algo falló o tal vez era otra de esas señales equivocadas que encontré durante todo el camino y que venían a decirme que hay que ser idiota para no darse cuenta que ante tantas señales en contra, lo mejor no es tomar un tren.
No pude probar bocado con la familia y tomé de nuevo un taxi para la estación.
Segura de que debía volver a casa.
Segura para sentirme segura.
El teléfono sonó antes de que pudiera poner los pies en la estación de nuevo.
Habían encontrado algunos documentos y algunas fotos en una de las papeleras cerca de los andenes…

Eran las tres y cuarto de la tarde, y entonces miré el móvil.
Miré el mensaje y ya no tenía sentido.
Decidí hacer una llamada.
Cuatro tonos. Cinco…
Nadie respondió al otro lado.
Esperé durante cuatro horas en la estación.
Atrincherada a mis cosas. Desconfiando de quien pasaba por delante.
Desconfiando de aquellos que se percataban de mi miedo.
Sintiéndome más sola que valiente.
Esperando que tal vez, el teléfono sonara de un momento a otro…

Tomé el tren de vuelta.
Se me hizo imposible dormir.
No probé bocado durante el trayecto.
No oí a nadie hablar en el camino de vuelta.
Acabé de leer el libro en casa. Entre las cuatro paredes que me hacen sentir segura...

...Y yo sólo cambié de ciudad para darme cuenta de que no hay señales que valgan la pena, si las vives sola...
O por el contrario hay que vivirlas sola para que valgan la pena…

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