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Ahora ya no me produce nada en absoluto. Nada dentro que asombre a mi parte racional o inhumana, pero reconozco que las primeras veces sentía fascinación por mirar en sus ojos y ver que allí ya no había nada. Me costó llegar a comprenderlo, y una vez lo hice, perdió casi toda la emoción. Vuelvo a empalmarme solo con darme cuenta de que en el justo momento en que agonizan, el cuerpo sigue vivo solo por inercia, y porque debe ser más perfecto de lo que hemos creído hasta ahora. Nos negamos a morir porque va contra natura si no es el propio cuerpo quien decide hacerlo. El cuerpo lo niega porque de una u otra manera debe permanecer atado a algo que lo hace suyo y que no quiere dejarlo escapar. O no todavía. O no allí, o no de aquella manera. Cuando sea lo que sea nos abandona, los ojos permanecen tan lejanos y tan vacíos, que al principio da miedo. Los espasmos por llenarse de nuevo de ese algo nos mantiene algunos segundos tratando de luchar para intentar completarnos. Lo que el cuerpo