23/ 08/98

Y enmudeció el tiempo...
Y los árboles hicieron suyas las hojas...
Y quedó inmóvil el estanque...
Y dejó de revolotear el aire...
Y quedaron vacíos los parques...
Y se ahogó el llanto...
Y sobrevino sólo la nada...
En el implacable desdén de la lluvia que inmersa quedó en cada uno de los relojes...

Todo se llenó de polvo...
Y las telarañas se apropiaron de puertas, ventanas y rincones...
Y sólo el humo recorría callejuelas...
Mientras la inmortalidad del hombre jugaba a columpiarse en viejos toboganes de madera...

No quedaron siquiera susurros...
Y cada hora en punto, los hombres creían recordar el latido del viejo campanario que sobre ellos se cernía con la majestuosidad de la mano de un chiquillo...

Campanada tras campanada el imborrable rostro de la muerte se hacía presente en todos y cada uno de los hombres que se cruzaron en su camino,
perdiendo su partida al ajedrez...

Y sólo un grito desgarrado arrancó el momento en que el hombre agonizaba...

Fue el llanto moribundo de una mujer...


Cuídense.

Sean Felices.

Ciao.

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