Soy tan desconfiada, que ante una jugada que no he observado como debiera, espero verla caer y observo si es lisa o rallada… Reconozco que con el tiempo, y a base de ir volviéndome, digamos….pachorra, pasota, pelín macarra y una pizca bohemia, he aprendido a disfrutar del juego y he dejado de competir. Aunque sigo reconociendo que una bola dentro, me hace tener en ocasiones el impuso de dar saltitos que a mi edad no quedarían demasiado bien, así que únicamente me contengo, levanto la barbilla ( mu digna yo), y observo el tapiz verde como si nada… Lo divertido del billar, es comprobar cómo cada uno tiene sus propias reglas. O más bien debería decir, cómo el dueño de cada una de las mesas impone las suyas. Así que no es de extrañar, que lleve un follón mental que lo flipo, y haya optado por comprarme un libro donde se expliquen y especifiquen las reglas universales de tan divertido juego, porque a estas alturas de mi vida, un poco cazurra puedo ser, pero también me va eso de discut