SÓLO UNA COPA...

En cuanto llego lo encuentro en una de las mesas que quedan junto a la ventana.
Ha elegido el sitio estratégico que siempre elijo.
Desde ahí puede ver si subo por esa misma calle, o me precipito desde cualquier otra de las que hay en el cruce. Unos metros más para arriba.
Debí guardarme el secreto tres semanas antes…

…Entonces acabó en enfado.
Cualquier gilipollez nos hizo discutir sobre algo.
No lo he visto desde entonces.
Parece haberse cortado el pelo.
O es eso, o es que la gomina se le ha ido de la mano…

Lleva una camisa blanca y tejanos.
Sonríe nervioso.
Apenas me sostiene una décima de segundo la mirada.
Tiempo suficiente para se percate de mi sonrisa.
Le llevaría toda una eternidad saborear lo que le muestran mis ojos.
En cuanto toma asiento toma sus manos sobre la mesa.
Los dedos se acarician nerviosos.
Se toca el pelo a la vez que intenta que la energía que lo llevaría a correr hasta casa de vuelta en menos de media hora, se diluya en pequeños gestos que lo delatan sin él saberlo, y así se tranquiliza…
Siempre creí que los sentimientos y las emociones son como el hielo…
Todo acaba deshaciéndose.
Y el nudo desaparece…
Lo hace el miedo, al menos de sus manos.
Desaparece mi nudo.
Mi hielo.
Y el nerviosismo que lleva a mis manos a pelearse entre ellas fuera de su campo de visión.

En cuanto traen las copas se abalanza sobre la suya para acabar de limpiar la copa de las gotas que aparecen al contacto con el líquido frío...
Por un momento siento celos.
No de ser cerveza, sino de atraer su atención como lo hace ella…
Parece tenerlo absorbido por completo.
Sin saber por qué, me lo imagino en la cama, tumbado junto a una enorme botella de vidrio de color verde…
Levanto las cejas asombrada por el pensamiento que acaba de cruzarme.
Debe pensar que estoy asombrada por lo que me explica.
Sonrío.
Y enfatiza en la charla.
La noche de viernes parece animada y no tardan en entrar al bar algunas caras conocidas que no tardan en saludar y sentarse con nosotros.
Parece molesto.
Ésta vez vuelvo a sonreír, pero él no puede saberlo.
Pienso que ando compartiendo ese momento con otros.
Y que el cielo me da una tregua y un nuevo punto de vista desde el que observarlo.
De allí, juntos a otro bar de copas donde la música anda demasiado alta y apenas intercambiamos palabras si debemos gritarlas.
Más tarde y tras algunas cervezas, cogidos los unos de los otros, a la fina arena que apenas unos metros más allá nos separa de la playa.
Una manta nos sirve de cama desde la que observar un cielo plagado de estrellas.
Desde donde escuchar por encima del rumor de las olas rompiendo unos metros adentro, sus pensamientos.
Desde donde robarle a la brisa, la mirada que hace escasos segundos nos cruzamos.
O esas otras que flotan y llegan a mí un leve toque de brisa después.
Una fracción de segundo tras haberlo tocado.

Y es demasiado el frío que me ha invadido hasta ese mismo instante.
Demasiado el que me ha vestido.
Demasiado el dolor que ha quedado, tatuado como una herida que no cicatriza por más que el tiempo nos separe porque la dibujó el alma…
El mar en calma y yo entre tormentas…

Ciao.

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