DE NIÑOS QUE NUNCA IBAN A CONVERTIRSE EN SUS MONSTRUOS...( 11 )
Hay líneas tan delgadas para separar tanto, que creo que la
mayor parte de las veces que trato de no cruzarlas, lo hago pensando ya desde
el otro lado…
En ocasiones antes de volver, paso unas horas en mi piso, mirando a un punto inconcreto de la pared, entreteniéndome con una de las muchas motas de polvo que bailan entre la luz que se cuela entre la ventana y mi cuerpo. Me preparo o alargo el tiempo, porque es volver y tener la impresión de que somos dos
extraños que a fuerza de verse por el pasillo o en la cocina acabarán
reconociéndose, tratando de adecuar eso que somos a lo que es el otro, a quien
es el otro en el momento en que volvemos a verlo. A veces resulta demasiado
dura la vuelta, para ambos, y nos movemos llevados por la inercia y evitando
rozarnos en espacios tan estrechos, que me da la impresión que bailamos para
negarnos, hasta que un leve roce o una mirada esquiva que choca con la del otro,
nos delata como propios…
No digo la mitad de lo que llevo dentro, aun a sabiendas que
eso nos aleja, y espero ser leído sin necesidad de pronunciarme, cuando anda quitándose las bragas para meterse en la cama, mientras la observo en el
reflejo del espejo y ando quitándome el reloj…a veces empiezo a pensar que ella lee eso
que trato de no decirle. A veces volver a su piso no resulta fácil. Y trato de
adivinar qué ha hecho, con cuál de sus amigas ha quedado para tomarse un café,
si ha salido a sentarse para leer en ese banco que lleva su nombre…
La desgana y el hambre nos hacen estar tan temerosos y necesitados del
otro, que guardamos ese silencio estúpido esperando que nos lean… a veces la
normalidad tarda demasiado en llegar…y me muestra la necesidad de cruzar esa
espera, haciéndome saber que bajo las sábanas, de nuevo, vamos a encontrarnos
para arrancarle de la boca el silencio al otro, y que solo tras él , vamos a
poder acercarnos sin necesidad de pronunciar más palabras que la puedan absorber
las yemas de nuestros dedos al recorrer el cuerpo del otro, en un lenguaje más
de niños que se niegan a verse para no herirse, desconociendo que la piel nunca
puede contarlo todo…que solo somos fantasmas tratando de que el otro no
desaparezca…tratando de seguir jugando, porque no conocemos de otro juego que
el que nos empuja a desconocernos y a reencontrarnos, como si no hubiese otra
forma... como si fuese la única, la que hemos pactado sin mirarnos o tocarnos.
Sin pronunciar palabra alguna, cuando por despiste y ante todo el miedo, por
error y falta de espacio, nos hemos rozado alguno de los dedos de una mano. Ahí siento la electricidad
de nuevo. Vuelvo a ser el hombre que soy cuando la tengo cerca, cuando la
reconozco. Incompleto hasta que ella pueda reconocerme…
La encuentro siempre de espaldas tras apagar la luz, espero
algunos segundos, nunca sé si son demasiados o por el contrario hago corto… creo
que su respiración es capaz de advertirme, y guardo el mayor de los silencios
mientras permanezco inmóvil tras haberme arropado y que las sábanas hayan
dejado paso a la completa nada, y entonces solo con acercar mi nariz a su pelo y
apretar mi pecho a su espalda…ese jodido momento de duda, de miedo, al posible
rechazo, a no reconocer en ella a esa mujer que guarda tanto de niña dentro, porque
me asusta que haya encontrado otra manera de jugar, que esta ya no nos sea
válida, o que haya cambiado las reglas o ya no me permita permanecer en el juego…
Gira sobre si misma, y veo sus ojos a través de la luz que
entra por la ventana…en ese justo instante, cuando ya ha dejado de castigarse
por ser quien es, me invita a que yo haga lo mismo, y con el dorso de sus
nudillos recorre la barba de tres días que llevo, y acaba su recorrido en mi
boca, allí deposita un beso tímido, invitándome a perdernos la vergüenza, esa
que sabemos que nos aleja, por todo lo que nos ocultamos, por todo lo que nos
desconocemos todo este tiempo después. Vida y media después y seguimos
sintiéndonos completos extraños…
Me castigo una y otra vez por no ser capaz de encontrarme de
otra forma, conocedor de que traspaso una y otra vez esa delgada línea que lo
cambia todo…la castigo porque no hayamos sido capaces de encontrarnos del otro lado de la
línea, donde nada de esto era necesario, donde no hay fantasmas ni tentáculos,
ni monstruos que pernoctan dentro de ningún armario, donde no es necesario
castigarse por haber sido o ser…la abrazo esperando que esa parte infantil nos
recuerde que hubo un lugar y un momento, en que todo esto no había empezado.
Donde ni siquiera sabíamos ni imaginamos que pudiera empezar. Allí trato de llevarla. Ahí es donde la quiero, porque es tan suya que puedo
verla en ese banco, y es tan mía que me lleva con ella y volvemos a ser
solo niños que aun no se han conocido…
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