YO ESTARÉ CONTIGO...
Anudó el saquito bajo la primera capa de ropa y echó a correr en cuanto oyó las voces...
Aquellos de quienes debían huir se encontraban apostados a
las puertas de su casa.
La puerta estaba abierta y escuchaba el llanto del pequeño
Joseph.
Un disparo sordo le penetró las entrañas y se quedó sin aire
con el que llenar sus pulmones.
Suplicó tras haberlo hecho, y siguió haciéndolo después, cuando
la duda tomó el papel que debía en aquella macabra obra…
Su marido yacía en el suelo sobre un charco de sangre.
Se abalanzó sobre el camastro y defendió al niño con su
cuerpo…
…El balanceo y el frío les impedía apenas moverse.
Se arreplegaban los unos sobre los otros intentando recibir
el calor del desconocido, dando el suyo propio porque de miedo adentro les era
imposible entrar en calor.
El olor era insoportable. Y uno solo creía caer en la cuenta
cuando entraba en aquel vagón.
Nadie sabía cuántos días llevaban en él.
Nadie preguntaba.
Todos creían saber y la respuesta solo vendría a
adelantarles el final que negándose, permanecía aun lejos…
Desconocían dónde habían subido los otros. Cuál era el
destino o si aquel era fin o inicio.
Tras noches a oscuras y días que se sumían en la casi
totalidad de la penumbra , acurrucada, dándole el pecho a su hijo a escondidas
tras haber observado lascivia en los ojos de quienes la rodeaban, el tren
empezó a hacer pequeñas paradas.
Apenas unos segundos para que le ordenaran a alguno en una
lengua que desconocía, que vaciara el cubo en las vías y volviera a subirlo al
vagón junto otro de serrín…
Algunas de las mañanas que intentaban filtrarse entre las
maderas, se volvían pronta noche cuando aquellos hombres subían al vagón y
examinaban los cuerpos.
De dos en dos tomaban a los muertos por debajo de los brazos y por los tobillos y
los echaban junto a las vías, donde iban a parar también los restos de los cubos llenos de orín y heces…
Notaba el hambre en sus pechos. Lo notaba en su hijo y su
llanto. Lo veía hacerse con el contorno de las cuencas de los ojos de los que
aun quedaban con vida en aquel nicho de madera sobre raíles…
Supo que el momento había llegado cuando tuvo que pelear por
lamer los restos de nieve que uno de aquellos hombres había subido al vagón en
sus botas…
Desanudó el saquito, sacó las flores de papaver y las abrió lentamente
mientras tiritaba.
Se llevó una parte de las semillas a la boca y las masticó
sin tragarlas. Salivándolas hasta que en su boca se hizo una pasta que depositó
luego en la boca de su hijo.
Seguidamente le ofreció el pecho y el pequeño no tardó en
caer rendido.
Se deshizo del trozo de tela que llevaba sobre sus hombros y
lo colocó alrededor de su cuerpecito, anudándolo al suyo.
No tardaría en amanecer de nuevo.
Se tumbó delante de la puerta del vagón y tomó una pequeña
parte del resto de semillas…
…Puertas que se abren, gritos, llanto y un golpe seco.
Tiempo después el calor en su pecho. El leve movimiento de
una minúscula mano sobre su rostro.
Abrir los ojos y ver el cielo.
Sentir otros cuerpos bajo el suyo. El de Joseph encima.
Pedir perdón y echar a caminar campo a través para ocultarse
de otros trenes. Otros muertos. Y la misma clase de hambre…
Cuídense.
Ciao.
;-P
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