PIEDRAS QUE CONOCEN EL SILENCIO...


Se levantó cuando llamaban al rezo y camino a la sala, se entretuvo observando mentalmente las arquerías que volviera a describirle su lazarillo.

Su bastón golpeaba cada vez con menos frecuencia en las paredes, y poco a poco, había acabado por formar parte de ellas como lo hicieran los otros.

En el templete situado en medio del claustro se aseó la cara y las manos.

Y volvió a intuir a quienes habían sido sus compañeros durante los últimos años.

El voto de silencio que habían tomado al entrar a formar parte del monasterio, parecía haber impregnado también las suelas de las alpargatas y la gruesa tela de los hábitos…



…Las voces habían corrido prontas y el cuerpo apareció en el encinar cercano apenas dos días antes.

El abad los había reunido y tras comentarles lo sucedido, les había pedido calma…

La situación no invitaba más que al desánimo general, y los feligreses se habían dirigido a la pequeña iglesia donde iban a oficiarse los actos del sepelio…

…La reconoció de pie apoyada en la pared, cerca de la puerta de la entrada, y le vino a la memoria aquel frío domingo del mes de febrero en que se dirigía a la casa de sus padres para dar la extremaunción a uno de sus labradores.

En las porquerizas oyó el llanto y cuando se detuvo delante de la puerta, observó la escena.

Guardó silencio. Y tiempo después negó haber visto u oído.

Siempre lo había hecho así, de manera que la justicia divina, le ofrecía la carta blanca y silenciosa necesaria para actuar en nombre de Dios.

Dos domingos después de haber enterrado el cuerpo decapitado y quemado del dueño de la taberna y tras la misa en su recuerdo, algunos de los feligreses salieron al mercado y otros esperaron en la puerta a que los monjes respectivos tomaran asiento en los confesionarios.

Se dirigieron a ellos de uno a uno para confesar, expiar culpas, pedir consejo o ayuda.

Ese domingo la hija mayor del dueño del molino, corrió pronta a darle las explicaciones de cuanto ocurría con sus trabajadores. De la manera brutal en que el capataz los trataba llegando incluso a pegarles o amputarles las manos cuando el molino se quedaba atascado y él volvía borracho tras la hora de comer.

La observaba entre lágrimas pedir perdón. Preguntarle qué podía hacer hasta que su padre volviera del largo viaje a Flandes.

La veía sollozar y reconocía en sus ojos la pena y la lástima.

Nunca la miró directamente a los ojos para no delatarse. Había aprendido a no levantar la vista más allá del cuello. A mover sus ojos de un lado al otro, y aprovechaba la menor ocasión para desviarla hasta que un segundo le valía para reconocer a los hombres bajo el miedo y el llanto…

Esa misma tarde pidió permiso al abad para recoger, acompañado del monje más joven, las hierbas con las que el hermano John aderezaba los guisos.

La mañana después de la confesión, el capataz del molino apareció colgado por los pies de una de las astas, sin manos. Le habían cortado la lengua…

Y la alacena del monasterio amaneció repleta de hinojo, tomillo, lavanda, laurel y comino que el hermano Nicolás se encargó de introducir en las pequeñas ánforas de barro donde a modo de cartel y para clasificarlas, mandó dibujar con carbón un pergamino con su nombre dentro…

Cuídense.

Ciao.

;-P








Comentarios

  1. Me he quedado sorprendida y admirada esta historia puede seguir, tienes la habilidad de crear una puesta en escena con letras y luego contar, contar... de verdad esto puede ser el inicio de una novela, piénsalo.
    Saludos.

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