EL LABERINTO DE LAS GOLONDRINAS (I)




...Recordaba el día que llegamos a aquella casa.
Contaba 8 años. Lo recuerdo bien porque los cumplía ese mismo día.
El frío cortaba el aire, y resguardado junto al cuerpo de mi madre, bajamos de aquel vehículo.
Aquel hombre que se había mantenido en silencio durante todo el trayecto, depositó en el húmedo suelo los bultos con los que viajamos durante aquellas largas horas, en las que únicamente el viento se que colaba por las ventanillas, y el humo a tabaco rancio, nos acompañó.
Mi madre tomaba mis manos entre las suyas, intentando calentarlas.
Su rostro desmejorado y la falta de luz en sus ojos, me advirtieron que sería mejor no recordarle la promesa que meses antes me hiciera.

A medida que bajaba del auto, se despertaron por completo mis sentidos medio adormecidos durante el viaje.

Me llamaron la atención las estatuas de piedra que coronaban la entrada de aquella vieja y enorme casa.
Una puerta de hierro algo oxidada blindaba la entrada a cualquiera que no intuyera, entre la hiedra, aquella vieja campana que el chófer hizo sonar.

Tras largo rato en el que pude intuir la ferocidad de aquellas sucias y frías criaturas que nos vigilaban desde lo alto, me pareció escuchar unos pasos que se acercaban.
Mi madre me apretó la mano. Estiré mi cuerpo para parecer mayor.
Cargaba en la otra mano el bulto en el que la noche antes, había apilado la poca ropa y enseres que tenía.

El ruido del motor de aquel viejo Mercedes, me hizo brincar y acercarme con más fuerza al cuerpo de mi madre, que sin entender el motivo, temblaba.

La voz cálida de aquel orondo y canoso hombre, me devolvió a la realidad.

_Buenas tardes Marta...

Mi madre respondió con apenas un hilo de voz.

_Buenas tardes señor Torrents.

Mi madre inclinó la cabeza y aquel hombre la observó por unos instantes.

_Vaya! Qué tenemos aquí? Has crecido mucho desde la última vez que te vi Pau.

Sonreí. No podía situar a aquel hombre en lado alguno, pero su voz me resultó familiar y tranquilizadora en aquel extraño momento lleno de dudas que ni podía ni sabía resolver.

Acarició mi pelo, algo despeinado por la gorra que minutos antes, mi madre me pidió que me quitara en cuanto llegáramos a aquel viejo caserío.

La puerta rechinó al abrirse, y nos encaminamos hacia la entrada.
La tarde se había echado encima, y apenas pude advertir nada a mi alrededor.

Las luces de la puerta principal, me embelesaron por completo.
Situado muy por encima de mi cabeza, un enjambre de cristales verdes centelleaba y tintineaba con la ligera brisa que se había levantado.
Subimos las tres escaleras de mármol blanco, que bañadas de hojas muertas y restos de barro, me dieron a entender que la lluvia había hecho acto de presencia esa misma mañana, o tal vez la tarde anterior.

Una gran puerta de madera se abrió ante mi atenta mirada...



Cuídense.

Sean Felices.

Ciao.



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