...

Alargo el brazo en la oscuridad y recibo el contacto de la fría sábana.
Llevo mi mano hasta la almohada pensando que tal vez allí pueda encontrarte.
Mis dedos buscan la maraña de tu pelo.
La habitación está en penumbras y acierto a ver los números rojos que el despertador me ofrece.
3:17.
Divago algunos largos segundos y cuando entiendo que no voy a poder conciliar de nuevo el sueño, enciendo la luz de la mesita de noche, coloco mis pies dentro de las zapatillas y recorro el piso esperando que una tenue luz me indique tu paradero.
Observo algunas cajas de cartón aún en el pasillo.
Intento no tropezar con ellas.
Sólo el comedor parece estar habitado, y me dirijo a él sigiloso.
Te miro desde la puerta.
El televisor anda encendido.
Sostienes en una mano el libro que querías acabar de leer.
Aún llevas en la cara algunas manchas de la pintura blanca con la que empezaste a pintar esta tarde una de las habitaciones.
Apenas has cenado y cuando te dije que me acostaba, contestaste que no tardarías.
No hay manera de hacerte entender que tenemos tiempo y que no hace falta acabarlo todo hoy mismo.
Me has mirado con esa cara que delata miedo, y has seguido pasando el rodillo por la pared.

Te veo dormir y temo acercarme demasiado.
No quiero turbar tu sueño. No debo.
Me acerco y te echo una de las mantas que hay en el sofá.
Pareces serena.
En paz.
Y es cuanto sé de ti.
Un mechón de pelo cae sobre tu cuello.
Acaricio tu mejilla sin percatarme de que para ello deba rozarte.
Gruñes.
Me dispongo a quitarte las gafas.
En ese momento te acomodas y vuelves a la misma postura que tomas todas las noches en la cama.
Te envuelves sobre ti misma permitiéndome sólo que te acaricie levemente. Apenas colocando mi mano sobre tu costado o tu cadera.
Espero respirarte.
Notar que la poca vida que necesitas entonces la encuentras en mi pecho.
Notar como enroscas tu pierna sobre mí. Imposibilitándome cualquier movimiento por miedo a que dejes de necesitar sentirme.

Vuelvo a acariciarte el pelo.
Algunas canas aparecen tímidas.
Tus pechos se dibujan bajo esa vieja camiseta que no quieres tirar porque afirmas te da suerte.
Y me pregunto si no debería hacerla mía.
Siento que sólo conozco el pelo y los labios de quien duerme profundamente.
De quien no necesita hablar.
Me he acostumbrado a tus silencios.
Has encontrado otras maneras para hacerme saber.
Y tras todos los miedos, finalmente he aprendido a ver en tus ojos lo que tú ves con ellos, sin necesidad alguna de preguntarte por matices o tonalidades.

Te acaricio y esta vez abres los ojos.
Te desperezas y me miras.

_Vamos a la cama?

Asientes levantando tus párpados.

Te tomo en brazos y te deposito sobre la fría sábana.
Dejo las zapatillas en el suelo y me arropo junto a ti.
Colocando mi mano sobre tu costado.

Miro los tirabuzones que se dibujan en tu pelo y espero.
No tardas en bailar sobre tu cuerpo, y me invitas a que bailemos juntos.
Colocas tu cabeza sobre mi pecho.
Sigo acariciando tu pelo y tomas mi mano para dejarla reposar bajo la tuya.
Enroscas tu pierna sobre la mía.
Una sonrisa se perfila en tus ojos.
Beso tu frente.
Apago de la luz de la mesita.
Los números inundan la habitación...

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