DE NIÑAS CON COLETAS QUE LEEN LIBROS...( 12 )







No recuerdo el tiempo que estuve observándola sintiendo la culpa por robarle segundos a ese tiempo que era claramente suyo. Nada ni nadie conseguía que levantara la vista de esos libros. Todas las tardes y tras salir de aquella oficina, ya hiciese calor o el cielo estuviera a punto de romperse en mil pedazos, ella aligeraba el paso hasta llegar a aquel pequeño parque, y de manera casi ceremoniosa, se sentaba, colocaba su bolso a su lado, extraía su libro, y allí y entonces desaparecía para el mundo entero. La veía devorar una hoja tras otra durante horas, y para cuando había saciado el hambre de palabras, volvía. Levantaba sus ojos de aquellas páginas, y parecía recordar que estaba en este aquí y este ahora. A veces un mohín la delataba, volvía a meter el libro en el bolso, se arreglaba la chaqueta y emprendía el camino de vuelta a su pequeño piso, y solo se detenía en la tienda de mascotas que había cerca y donde cargaba con la comida o la paja para su cobaya.


 Alguna que otra tarde le tocó correr cuando absorta por la lectura no había escuchado los truenos ni había visto los relámpagos y la lluvia la había cogido por sorpresa. A veces la esperaba cerca de la portería, dentro del coche y la veía llegar calada como un pollito, hecha un desastre y buscando las llaves, y aun así, esperaba si veía a alguna de sus vecinas llegar cargada con bolsas de la compra.


_Hija, te vas a calar hasta los huesos.


_Ya lo estoy. No se preocupe, es solo agua. La ayudo?


_Pues si ese jodido ascensor ha vuelto a morirse como siempre que llueve, me harás un favor.


_Deme esas bolsas.


_Cómo está Aurelio?


_Gordo. No para de comer.


_Es un ratón muy grande…





La puerta se cerraba y esperaba a contar los segundos hasta ver luz en una de sus ventanas… llegué a obsesionarme con ella de manera casi suicida…nunca me resultó tan fácil acercarme a una de mis presas…


La tarde que por fin me decidí a hablar con ella, ya había sopesado todos los pros y alguno que otro contra.


_No va a gustarte si esperas un bonito final…


Salió de golpe de ese letargo y me observó. Entonces le enseñé el libro que llevaba en las manos y que había empezado a leer apenas unos días antes. Demasiado previsible, fácil, cargado de algunas de las mierdas que a las mujeres les da por leer y las convierte en víctimas perfectas de mamarrachos sin escrúpulos...


_Las historias no deben medirse nunca por su final.


_Puede ser. _ La observé y tardó en darme pie a seguir hablando. Estaba claro que no le había hecho gracia que un completo desconocido la sacase de aquellas páginas. _ Disculpa. No quería molestarte.


Volvió a tardar en responder. Fijó su mirada en mi libro y de nuevo en mis ojos. _ Tranquilo…es que a veces me cuesta volver…


_Has leído el anterior?


_Sí. _ Empezó a relajarse y me mostró una leve sonrisa, de lado, solo de medio lado. Y una vez rota la primera capa de todo el hielo con el que nos lanzamos a charlar con un desconocido, los libros nos sirvieron para seguir charlando… como si la conociera de toda la vida…


_Has leído algo de…?


_No.


_Tengo alguno de sus libros. Si eres asidua a este banco ya sé dónde encontrarte. _ Y me levanté y me fui sin más. Cuando volteé a verla, la vi andando de espaldas y en dirección contraria.


Tardé algunos días en verla, ese había sido el plan porque salía a uno de los trabajos que iban a tenerme fuera de la ciudad al menos dos semanas…aquel operativo no debía complicarse y no lo hizo… seguir al objetivo, conocer de sus rutinas y pillarlo relajado…nada complicado…


Podría jurar que su lectura no volvió a ser la de antes. La veía leer y de tanto en tanto levantar la vista mirando a uno y a otro lado esperando, tan previsible como en esas historias estúpidas en las que se empeñan en creer algunas, con ansiedad por reconocer en cualquiera de los extraños que le pasaban por delante…


Cuando aquella semana del mes de noviembre hizo acto repentino de presencia, el frio empezó a colarse de a poco, y las temperaturas bajaron tanto que cambió aquel banco por una cafetería cercana. Podía observarla sentada junto a uno de los ventanales entre el mismo té y diferentes libros…ando seguro de que escogía siempre el mismo lugar para observar aquel banco…





_Puedo?


Y volvió a tardar demasiado en responder, tanto que llegó a cruzarme fugaz la idea de estar equivocándome de nuevo, porque puestos a presuponer, uno siempre le pone más peso a una de las partes de la balanza, y es justa la otra, la que no cargamos con nada, la que acaba pesando toneladas luego.


_Hola!


La vi sonreír, y la balanza volvió a decantarse hacia el lugar en el que lo depositamos todo…


_Has pensado en pedir que te traigan el banco aquí? Hubiese sido más fácil encontrarte.


_Prefiero el banco, no te creas. Pero aquí se está más calentito.


_Puedo? _ Le señalé la silla y sus ojos afirmaron. Saqué un par de libros de debajo de la chaqueta y se los coloqué delante.


_Vaya!


_Lo prometido es deuda. _ Y la observé dudar entre la gracia y la desconfianza. A sabiendas de que en su caso, no había balanza, y solo una caja de cartón…como ocurre con todas…donde todo se deposita con sumo cuidado…


_Resulta extraño que un desconocido…


_Eso lo resolvemos ahora mismo, porque no a cualquiera le dejo mis libros. Soy Javier, encantado._ Y le tendí la mano para estrechársela. _ Cristina. Tus libros estarán a salvo conmigo…





…durante algún tiempo me reconocí como el mayor de los canallas mientras tratábamos de ponernos al día con nuestras chorradas, y me sentía capaz de convencerme de que iba a huir a tiempo una vez el fuego empezara a descontrolarse.


Uno siempre cree que va a conocer cuándo una deuda queda saldada y debe retirarse…aunque eso resulte complicado de un solo lado de cualquiera de las  balanzas...




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