DE TODO LO QUE MUERE ANTES DE NACER...Y DE ROJOS...( 15 )
...entraba en fase de letargo nada más la televisión empezaba a
dar los primeros anuncios de aquellas fiestas, y se mantenía casi que
completamente ida cuando las luces, los rojos y los dorados empezaban a
inundarlo todo…
Ya no sé si realmente estaba despierta y el color naranja de
los intermitentes se mezclaba con el de las luces de las ambulancias, el caso
es que ya tampoco recuerdo que la abuela me hablara nunca antes de aquello. Con
el paso de los años y esa senilidad que la mantenía a salvo cada vez más de
todos sus recuerdos, empezó a darme detalles, y yo ya no sabía si podía
buscarlos dentro del disco duro hasta dar con ellos, o los había inventado y
habían ido a parar a aquel recóndito espacio para acabar pareciendo reales.
El día del sorteo del Gordo de navidad, la radio me
despertaba con aquellas voces infantiles cantando premios. No se encendía la
tele, y en la misma cocina fría de todas las mañanas, nada que aventurase que
aquel año iba a ser diferente.
Eran días para levantarse tarde, y solo algunos lápices de
colores y algunas hojas de viejas libretas hacían las veces de postales, cartas
a los Reyes Magos, y lienzos en los que plasmar la necesidad de que aquel blanco
y negro que lo había inundado todo, desapareciese de una vez por todas…
No pude culparla demasiado por no haber sabido o no haber
podido encontrar la manera por más que no dejara de darle pistas acerca de cómo
empezar a vivir tras aquello, porque ambas estuviéramos allí, juntas, después
de todo.
Y ya no sabía si pedir estaba bien o era una línea que no
debía seguir tratando de sobrepasar porque la adulta que me quedaba había
tomado la decisión de que así fuera, y cuando los adultos toman decisiones, hay
que aceptarlas a pies juntillas. Iba creciendo con esa necesidad de entender
sin preguntar demasiado, tal vez por miedo, tal vez con la estúpida esperanza
de que el dolor de habernos quedado solas, iba a desaparecer de un momento a
otro.
Tenía la impresión de que tras aquel diecisiete de diciembre
todo a nuestro alrededor se había parado, aunque nosotras seguíamos vivas, pero
desde fuera, para los demás, no desde dentro y parar nosotras.
No recuerdo qué día era la tarde que desperté, ni los días
que pasé en el hospital, ni creo que pueda hacerme a la idea de lo que para la
abuela resultó tener que enterrarlos a todos. Ni de cómo casi que por
obligación o por no sentir más miedo decidió quedarse a mi lado, ni sé del
dolor por el que tuvo que pasar porque cuando se es mayor, también uno se duele
de manera diferente, por más que la única diferencia entre ella y yo fuese la
consciencia y la certeza de lo que había ocurrido…la muerte a esa edad, la mía,
resultaba tan ajena como abstracta, y tardé un tiempo en entender que no verlos
entonces, no significaba no poder volver a verlos tarde o temprano…aquellas
navidades serían el preludio de las siguientes, una tras otra. Donde solo
podían vivirse hacia afuera, nunca desde dentro…
Entendí tras un par de años que asistir a la misa de mis
padres y Jorge no iba a devolvérmelos. Que ir a aquel lugar no iba a
devolvérmelos, así que dejé que buscarlos entre bancos, o a la vuelta de
cualquier esquina, o en la puerta del colegio, o entre grandes masas de gente
que salía a pasear resguardándose del frío bajo gorros y bufandas… y esa parte
que debía despertar llena de colores, y olor a sopa en la cocina, y correrías
en el largo pasillo tras el tren o la pelota, y los cristales empañados sobre
los que escribir, y esas copas llenas de bebida con minúsculas burbujas, y el
papel de regalo, y colocar los zapatos en las ventanas o apenas dormir la noche
antes de que por arte de magia el árbol amaneciese completamente lleno de
regalos…esa parte no llegó a crecer nunca… hubo tantos silencios y partes que
nunca despertaron, que acabé por odiar el pequeño altar y las velas que la
abuela colocaba en esas fechas sobre la pequeña mesa de la cocina, y que al
principio, reconocí como toda la navidad…y llegué a apagarlas alguna que otra
vez, porque no entendía que la única luz fuese para los que ya no estaban,
aquellos que se habían llevado todas mis navidades, y los papeles brillantes, y
los lazos, y…y toda mi niñez…
La dejaba hablar sola mientras en las hojas de la vieja
libreta, llenaba folio tras folio del color naranja, o el rojo o el azul cielo,
y con chinchetas los clavaba sobre el papel pintado de las paredes de aquella
vieja habitación uno tras otro… y fue así como desde entonces todos mis meses
de diciembre fueron de color naranja, rojo y azul cielo, por más que para el resto de mortales fuesen
rojos, blancos, y dorados…
…
_ Por qué asocia usted esos colores al mes de diciembre?_La
miro, y entonces recuerdo que fue la única forma de salir de aquel daño en blanco
y negro que lo había inundado todo por completo. Aquella fue la única manera
que encontré para salir de aquella oscuridad que antes de pegajosa y negra, era
roja, y azul cielo. Porque ponerle un color a aquello que echas de menos, te lo
recordaba a diario, y llenaba de pequeñas esperanzas el hastío y el vacío de
mis presentes pasados. Porque el color rojo me recordaba su olor, a miedo, y sus ojos, cuando echaba dos
cucharadas de cola cao a mi leche, y los cuentos. El rojo me la recordaba
peinándome sobre la encimera del baño mientras trataba de desenredar mi pelo, y
hacerme dos coletas. Me recordaba a cuando anudaba mis zapatos, o cuando se
acostaba a mi lado hasta que caía dormida. El rojo me la recordaba dejándome
subir a una silla para acercarla a la pila de la cocina y así ayudarla a fregar
los platos. O el paraguas con el que venía a buscarme al colegio las tardes que
llovía…_No lo sé.
…
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