DE COLORES NARANJAS, SOPAS FRÍAS E INVISIBILIDAD...( 14 )
Hubiese jurado que lo conocía de antes, y esa idea me persiguió
durante un tiempo.
_ Lo mismo de la infantil…
_No.
_Y de la primaria?
_No.
_El instituto tal vez?
_No. Y tampoco de la universidad…
...Aquel fatídico 17 volvíamos del hospital de visitar a la
abuela.
Jorge no había parado de correr por los pasillos del
hospital. Algunas enfermeras habían tratado de entretenerlo inflándole guantes
de látex y dibujándole animalitos en ellos.
No hubo manera de que parara quieto. Papá lo había
reprendido en varias ocasiones, y finalmente una hoja y un boli nos permitieron
acabar la visita a la abuela en condiciones, sin que mamá estuviera más
pendiente de Jorge que de su propia madre. A la abuela la habían operado de
cataratas y aun no podía ver del todo bien. El doctor había pasado aquella
misma mañana y le había dicho que en un par de días le darían el alta. Había
escuchado a mi madre decirle que pasaría unos días en casa hasta que estuviera
del todo recuperada.
Jorge se había quedado dormido en los brazos de papá de
camino al coche, así que no hubo manera de mantenerlo sentado para ponerle el cinturón
de seguridad. Papá lo tumbó en el asiento trasero y le echó la chaqueta por
encima.
Yo ya era mayor y sabía ponérmelo sola. Me gustaba soltarlo
y volver a meterlo en el anclaje. Me gustaba el ruido que hacía. Otro de
tantos. Como el de los intermitentes. Papá miraba por el retrovisor cuando iba
a activarlos. Ya podía yo estar mirando por la ventanilla o cantando la canción
que en ese momento sonara bajito en la vieja radio, casi que escuchando más el ruido de los neumáticos sobre el asfalto, que una extraña conexión, o tal
vez, notarlo estirarse en el sillón delantero buscando mi mirada a través de aquel pequeño espejo, y entonces
era yo la que lo buscaba, y acto seguido me estiraba y miraba el salpicadero para ver cómo se
iluminaban las flechas naranjas acompasadas a aquel sonido…
_Ya sé que no os soportáis, pero es mi madre. No puedo dejar
que se vaya a casa sola cuando apenas ve. Se acerca la navidad, y será solo por
unos días.
_El doctor no ha dicho que no vea.
_Salva, por favor, serán solo unos días. Te lo prometo.
_No la quiero en mi casa ni un solo día de más.
_No estará más días de los necesarios. Te lo prometo.
_Deja de decir gilipolleces! Y que no se te ocurra volver a
proponer nada, a nadie, sin antes habérmelo consultado.
En aquella ocasión mamá también guardó silencio, como siempre, y cuando eso ocurría, a papá se le olvidaba poner los intermitentes, o
mirar por el retrovisor, o entonces, si estábamos en casa, tiraba el plato con
toda la cena dentro del cubo de la basura, gritaba a mamá tras asegurarse de
haber cerrado la puerta de la cocina, o la cogía por el cuello…yo lo veía todo
a través de los cristales tallados que comunicaban aquella puerta con la del
comedor, mientras intentaba cenar la sopa y la tortilla francesa. Debajo del
culo mi madre me colocaba un cojín para que llegara sin problema a la cena…esas
noches, lo que en otras devoraba, no quería bajar por mi cuello. Lo apretaba con mis manos para ver si la sopa era capaz de bajar, pero no, y solo conseguía ponerme
colorada y que luego me doliera al tragar…y los escuchaba discutir en el mayor
de los silencios.
Segundos después mi padre salía hacia el recibidor, tomaba
la chaqueta y las llaves y se iba dando un tremendo portazo que algunas noches
despertaba a Jorge, y mamá salía de la cocina para ir a calmarlo. Tardaba mucho
rato antes de recordar que yo seguía en la mesa. Para cuando volvía, la sopa de
fideos y la tortilla estaban frías, entonces calentaba un vaso de leche y le echaba dos cucharadas de cola
cao mientras me guiñaba un ojo. Las noches que papá discutía y se iba, ella
tenía los ojos rojos, y siempre me guiñaba uno y ponía una cucharada extra de cola cao a mi leche.
Me acostaba remetiendo las sábanas y las mantas bajo el
colchón. Apenas podía moverme. Me leía como todas las noches, y notaba su voz
apresurada por acabar. Sonreía, pero yo sabía que le estaba costando mucho
hacerlo, así que cerraba los ojos y me hacía la dormida, esperando que se fuera
a lavar los platos. En cuanto la luz de la lámpara de la mesita se apagaba y
ella cerraba la puerta, yo abría los ojos y contaba los agujeritos de luz que
entraban por la persiana.
Pensaba que los gritos de los grandes nos hacen más
pequeños. Papá no reparaba en mí, ni me buscaba en la parte trasera del coche
al activar los intermitentes, y tampoco parecía verme aquellas noches sentada en aquella silla
demasiado alta de aquel comedor…
Los pequeños tenemos la suerte de volvernos invisibles
cuando las cosas se ponen feas, solo hay que cerrar los ojos fuerte y guardar
silencio.
A los mayores, los gritos los dejan ciegos…
Escuchaba a papá cuando
volvía a las tantas de la madrugada. A veces le gritaba a mamá, y ella corría a
pedirle que se callara para no despertarnos. Entonces aguardaba bajo las
sábanas y las mantas. No hacía falta apretar mi cuello, él solo decidía
cerrarse y no dejaba pasar aire, y yo solo deseaba con todas mis fuerzas
apretar fuerte los ojos y quedarme dormida hasta que todo hubiera pasado.
La tarde de aquel 17 de diciembre se repitieron los gritos,
el miedo, la presión en el cuello, y traté de cerrar fuerte los ojos cuando escuché
a mamá gritar, pero no pude…papá gritaba muy fuerte el nombre de Jorge.
Todo pasó tan rápido…por un segundo el estómago subió a mi
boca, vi a Jorge golpearse contra los asientos delanteros antes de que su
cuerpo envuelto por la chaqueta de papá me golpeara hasta dejarme aturdida, y
solo un segundo después lo vi salir despedido por la luna trasera del coche.
Ruido de cristales rotos, gritos de papá y mamá, sacudidas, y luego el más
completo y pesado de los silencios…acompañado solo por el color naranja de la
luz de uno de los intermitentes...solo me escuchaba respirar de manera tan pesada y pegajosa como ese silencio que lo impregnaba todo... dulzón...
Cuídense.
Sean Felices.
Comentarios
Publicar un comentario