EL LABERINTO DE LAS GOLONDRINAS ( V )





Anduve envuelto y cobijado de ellos, con sólo el sonido del viento colándose entre sus ramas, moviendo sus copas y levantando del suelo algunas pequeñas hojas.
Entre lagartijas y gusanos de tierra llegué a lo que creía la linde de la casa, y algo me llamó la atención.
La valla que la conformaba, era en la totalidad de la vuelta de aquella enorme casa, de ciprés, y justo en aquel lugar, otro tipo de arbusto me cerraba el paso.
Las hojas que habían caído al suelo, marchitas, eran de color rojizo.
Me mantuve allí, a dos metros hasta que decidí caminar a lo largo de aquella alta pared.
La vegetación era tan tupida que apenas podía ver a través de ella, por lo que me pareció que podría caminar intentando recorrerla durante horas para confirmar únicamente que allí, habían decidido poner aquello sin más.

Oí la puerta de la entrada, y el chirriar de las enormes y oxidadas bisagras me sacaron del letargo vegetativo en el que me encontraba. La idea de que no pudiera haber nada interesante me hizo perder el interés.
Giré mi cabeza para comprobar que una furgoneta algo vieja y destartalada entraba y paraba cerca de la puerta por la que momentos antes yo saliera.

Me mantuve inmóvil, esperando, porque no sabía demasiado bien quién podía ser o si podía o no acercarme. El conductor me vio y cuando paró el motor, me hizo señas para que me acercara. Miré hacia atrás esperando ver a alguien más, y cuando comprendí que allí solo estábamos aquellos arbustos y yo, me dirigí hacia él.
Caminé con paso decidido, esperando encontrar en aquel hombre a alguien con quien hablar, de la misma manera en que lo había hecho con Cecilia.
 
_Tú debes ser Pau, el hijo de Marta.
 Asentí.

_Cuántos años tienes chico?
_Ocho, señor.
 
_Yo soy Tomás, el jardinero y el que se encarga de bajar al pueblo todas las mañanas para abastecer esta casa. Quieres ayudarme?
Volví a asentir intentando no sonreír. Si iba a ayudarlo, no podía mostrarle la falta del diente.
Abrió la parte trasera de la furgoneta y pude ver algunas cajas de madera y algunos sacos de grano que no creí poder cargar.

_Entra las cajas que yo lo haré con los sacos.
 
_Sí señor.

La cocina estaba desierta cuando entramos. Ni rastro de Cecilia ni de mamá.

Hice dos viajes para entrar las dos cajas grandes. Me llevó algo más de rato entrar las pequeñas, que amontonadas al final de la parte trasera, tuvo que acercarme Tomas a medida que sacaba los sacos.
Una vez descargado todo encendió un cigarro y abrió una botella que sacó de dentro de una de esas enormes alacenas y se sirvió un vaso.

_Te gustan las plantas? Las has cuidado alguna vez?
 
_Me gustan señor, pero no las he cuidado nunca.
_Puedes ayudarme si quieres, así aprendes y haces algo útil.
Asentí de nuevo.

Cecilia nos interrumpió entrando en la cocina.
Tras advertirle a Tomás que al día siguiente los señores pensaban preparar una cena en aquella casa, se dispuso a sacar de las cajas todos los alimentos, especies, quesos y embutidos, así como las botellas de licor que la noche antes, le había apuntado en la lista de la compra.

_Si no necesita más de mis servicios, voy a empezar con mis tareas.
_Puede retirarse Tomás. De la compra me encargo yo. En cuanto esté lista la comida, les aviso. Cuide de Pau.

 Tomás asintió y salió de aquella cocina volviendo a colocarse aquella boina e invitándome a acompañarlo, y así lo hice. No me pasaron desapercibidas las miradas que Tomás y aquella mujer compartieron. Las había visto antes, en algún lugar.
 
En la parte trasera de la casa, una caseta de madera algo envejecida por el paso del tiempo y necesitada de una buena mano de barniz, escondía todas las herramientas necesarias para el cuidado del jardín. _Ayúdame a sacar la carretilla y la colocas a la entrada junto a los maceteros de alegrías.
 Me dirigí hacia la entrada, intentando que aquella carretilla no volcara y echase por tierra algunas de las nuevas macetas que había dentro.
Me seguía Tomás con algunas herramientas que conocía.

_Cómo se llaman? _Depositó las herramientas en el suelo, y sin mirarme respondió.
_Las que hay puestas son alegrías, son plantas de temporada, las que vamos a poner son ciclámenes, son de invierno, y bulbosas. Guardo los bulbos de un año para otro, una vez secos los meto en una caja de madera, si no cogen humedad, valen al año siguiente. Las preparé hace un mes y medio. Antes de que lleguen las nevadas ya se habrán hecho fuertes.


_Y soportarán la nieve?

_Lo hacen cada año.
Los árboles que presiden la entrada son coníferas y abetos azules.
La valla de la casa es de ciprés.

_Eso ya lo sé Tomás. También conozco la hiedra.

 _Ayúdame a sacar de raíz las viejas plantas, remueve un poco la tierra y planta las nuevas.
_Pero… no sé si sabré.

_Te estaré vigilando, si lo haces mal te lo diré y por cada ciclamen que rompas, deberás llenar una carretilla entera de hojas secas, llevarlas al montón que hay junto a la cabaña y quemarlas.
Ante tal responsabilidad, tomé los ciclámenes con sumo cuidado, depositándolos en el suelo, y sacando las viejas alegrías de raíz. No hubiese dado una peseta por ninguna de ellas. Y tampoco tenía claro que aquellas pequeñas plantas aguantaran el invierno.
Un pequeño utensilio con puntas retorcidas me facilitó el trabajo y pude sacar con facilidad el resto de las anteriores raíces. Los maceteros eran grandes, y en cada uno, dispuse siempre agrupándolas por colores, seis plantas nuevas...
 
Cuídense.
 
Sean Felices.
 
Ciao.


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