NOVIEMBRE ( III )
Habla a menudo de ocasiones, como si no las hubiera visto
aparecer ante sus ojos o no hubiera sido capaz de reconocerlas, y habla de
ellas esperando que pronunciándolas en voz alta, se tornen realidades diarias.
Es complicado andar midiendo el tiempo, las palabras, los lugares o los abrazos
de menos.
…la cinta métrica de la costurera que vivía en frente, se
sumó al verano de los doce tras aquella fatídica tarde bajo la parra, llevada a
la fuerza hasta el pequeño baño que había en la planta de abajo, junto al
patio.
Allí volvió a tirarla al suelo, esta vez, cuando todo acabó
vio sangre en sus muslos. Terror y miedo, no más del que la llevó a taparse los
ojos con las manos mientras pensaba en lo mucho que le dolía la mano. Había
escuchado que si algo te duele, puedes hacer que duela menos si te haces daño
en otra parte.
Había salido corriendo de allí. Notaba las lágrimas
escocerle en los ojos.
Desamparo acompañado de todo el asco. Apenas cenó nada
aquella noche, y esta vez estaba segura de haber pasado inadvertida como tantas
otras tardes. Los ojos hinchados se achacarían a alguna riña con alguna de las
niñas de las calles cercanas con las que quedaba a jugar.
El colegio había acabado y podían darles las tantas cuando
alguno de ellos sacaba un balón y se ponían a jugar a pichi.
No sabía si alguno más se lo preguntaba, pero a ella le
resultaba extraño que todas las madres entendieran que de esta manera ellas
tenían menos trabajo en la cocina, y a ratos los iban llamando para darles un
bocadillo con el que cenar mientras sacaban las sillas, las colocaban en
círculo para verse las caras, y hablaban mientras el fresco iba haciendo de la
noche, el momento en el que sacar la energía que el sol y el calor les había
robado a lo largo del día.
A rato hubo de ser feliz a la fuerza, justo porque durante
la infancia, se posee más facilidad para reírse y se tiene menos corazón para
dejarse herir. Menos cuadernos a los que ir añadiéndole o tachándole vivencias
de esas que nos descubren un día para desconocernos otros.. Durante la infancia
nos sorprende la idea de que estamos creciendo, y tenemos más hueco para
cualquiera de los sueños que podamos inventar. Y parece jodidamente divertido.
Crecer es la meta. Crecer y saberte igual de seguro que los adultos.
Desconociendo por completo sus inseguridades y miedos. Ellos no pueden tenerlo,
son mayores. Ellos ya han empezado a crecer. Deben tener miedos que den menos
miedo porque son mayores con problemas de mayores, que no son los nuestros, los
suyos deben ser más grandes y diferentes pero de otra forma. Y ellos son más
fuertes y listos. Y si tienen que hablar lo hacen. A veces se enfadan pero son
mayores y deben saber también de qué manera volver a desenfadarse… siempre lo
acaban haciendo aunque a veces no.
A ella el miedo la ha tomado por completo de todas las
formas imaginables entre los centímetros de aquella cinta métrica roja.
Julios, agostos, tardes, domingos, o sábados que era cuando
aquella costurera salía al jardín a media tarde. O lo mismo salía solo porque
ella iba a picarle al timbre y le preguntaba si podía entrar. Eran horas
muertas en las que algunos aun hacían la siesta. Aquella mujer sonreía, afirmaba
sin hablar, y empezaba a preparar algo de beber en la cocina, se disponía a
colocar incienso entre las piedras del suelo, encendía alguna vela y la
depositaba a su alrededor, le traía una fanta de limón fresquita, y la dejaba estirarse en la hamaca que había colgado entre
el pino y el poste que separaba su casa de la del vecino, y entonces ella
aprovechaba la luz del día, “que no la del sol porque quema”, se colocaba una
especie de turbante en la cabeza, se sentaba en una silla baja, y se arremangaba
la tela de los pantalones. Se untaba de crema y se quedaba en silencio.
…quedarse allí, mirando las agujas y las piñas, y el cielo
azul que se colaba entre las ramas…
Sin duda aquellos
momentos le parecieron mágicos ya entonces. El sol tiñendo el cielo en algunas
tonalidades de naranja cuando ya casi anochecía. No habiendo hecho nada más que
darle forma a alguna nube, o permaneciendo en silencio porque allí podía dejar a
un lado el miedo. La ternura lo ahuyenta. El amor lo ahuyenta, un abrazo, unos
ojos azules, una locura o dos después, un sentirse ser alguien para otro con la
única promesa del cariño, tal vez por la hija que no tuvo o la niña que no fue.
Se plantea que no quisiera darle demasiado poder al monstruo, porque no
pensarlo lo ahuyente también, como al miedo. No quiere admitir que a veces
lo escuchaba hablar desde dentro. Algunos momentos deben permanecer
intactos tejidos solo hasta donde nos
hace sentir niños. Si no se piensa y se olvida no habrá ocurrido nunca…
…esa nube tiene forma de perro…
Al año siguiente seguía midiendo su estómago. Ella no sabía
qué es eso que le ocurre a las mujeres. No sabía del uso de las compresas que
encontraba en el cajón del baño y que eran de su madre. Un año después…
Permíteme que vuelva a aquella hamaca de vez en cuando.
Déjame con mi fanta de limón, y no hables, por favor no hables, déjame mirar solo
el cielo, esperar e intentar adivinar a qué hora van a venir hoy los naranjas o
qué forma voy a darle a mis nubes…
…cuánto más nos acerca a la soledad el desamparo…
Lo mismo aquello llegó al siguiente septiembre, y vuelta a
la escuela. Menos tardes, menos luz, menos bocatas y menos muros en los que
sentarnos a charlar tras jugar unas cuantas partidas al pichi. Alguno aprovechaba
entonces para ir a casa, abrir la nevera, beber agua, tomar un plátano o una
naranja, con suerte algún helado de hielo, y salir de nuevo camino al grupo.
_En cuanto os llame subís para casa que ya es tarde…
_Que empieza pronto el cole, habrá que ir acostumbrándose a
dormir más temprano, no? O es que queréis gastar la calle? No habéis tenido
suficiente durante todo el verano?
_Ahora no. Más tarde…
_Estos niños no se cansan nunca!
_Estos niños no se cansan nunca!
Y de vuelta al muro, unos sentados encima y otros en la
acerca, buscando también la forma de círculo que han adoptado de los mayores.
Y allí las primeras confesiones de los que han empezado a
crecer antes que tú. Y la misma pregunta de siempre. Cuándo voy a empezar a
pensar en lo que ellos piensan, y cuándo voy a sacar de nuevo buenas notas…cuándo
va acabar esto...y el miedo contante de no saber qué había ocurrido aquella
tarde, semanas antes, meses antes, hacía más de un año, porque era una niña y lo sabía solo porque
se lo habían dicho. En casa nunca nadie podía hablar de nada que no fuera más
lejos de ahí. Así que miedo por desconocer.
Miedos que a lo largo de la vida vienen a golpearnos y nos
vuelven a dejar mudas. Desamparadas de nuevo, como siempre, solo es que esta
vez, cuando uno repara en la soledad y el miedo, es cuando más los siente.
Y encuentra a esa niña en ese gran agujero y la ve a lo
lejos, le han quedado grabadas en la mente algunas fotos, y se ve como en
ellas, sintiendo aquello mismo que la hizo coincidir casi por casualidad y por
primera y aterradora vez, con la más absoluta de las soledades. Las que
consumen hacia adentro.
El desamparo excava agujeros enormes.
Cuídense.
Sean Felices.
Ciao
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