LOS RUIDOS QUE PROVOCA EL SILENCIO






Alguno de los días de cualquiera de los meses  en los que empieza el calor, y una tarde cualquiera.

Podría haber sido lunes o jueves, cualquiera de los días que comprenden jornadas laborales que nos cabrean.

Uno cualquiera y preferiblemente a primera hora de la tarde, cuando el trajín de los peques al salir de los coles lo llena todo.

Coches aparcando en doble fila para llevarlos a extraescolares.

Recoger a uno aquí, llevar al otro a diez minutos de aquí cuando solo se dispone de cinco. Cláxones. Prisas.

Tardes con hijos y prisas. Mala combinación.

Mientras, en el bajo se levanta la persiana de la panadería que ofrecerá algunas meriendas y las últimas barras de pan de la tarde.

Pasos de peatones copados de los que van y vienen.

… mochila fuera y la parte de arriba del kimono te la pones en medio de la calle, ante la academia…te quito los churretes de la merienda mojando un pañuelo de papel con mi propia saliva, y para adentro…

El chico del segundo no ha debido llegar aun. Alguno sabe cómo se llama? Nadie ha sentido la necesidad de mirar su buzón para saber su nombre? Alguno habrá tenido la necesidad únicamente de mirar su ropa tendida para hacerse una idea aproximada. Vive solo. Lava las sábanas todos los martes, y coloca la ropa interior en el cordel exterior.

Creo que todos empezamos a conocernos más menos así. Tan ocupados, estresados y amontonados. Nadie intuye nada.

Pocas veces los gritos ahogados por la rabia y el monstruo desvelan a nadie.

La experiencia es un grado siempre.

Continuamente hay pisos ocupándose y desocupándose.

Pocos pueden decir si aquellos con los que se cruzan por la escalera son fijos o temporales.

El llanto de algunos animales domésticos cesa en el mismo instante en que un amo cansado hace girar la llave dentro del bombín.

Todas vidas nocturnas que no se cruzan por falta de luz. Tan diurnas que se evitan por falta de tiempo.



Recoge su pelo en un moño alto del que no deja escapar un solo mechón. Vuelve, como todos los días a vestir cuello alto y mangas largas.

La casa está en silencio y a ella le faltan valor y locura y le sobra el miedo.



Los carteles avisando de la necesidad de cerrar la puerta de la entrada para evitar robos, ha corrido peor suerte que el papel de gas, y ha ido a parar hecho añicos a la papelera que hay debajo de los buzones.

Sobre los buzones cartas para antiguos inquilinos que viven ya en otros lugares, seguro que con las mismas prisas, y cocinando el pescado con toda seguridad, los lunes.

Animales de costumbres.

Algunas cortinas en el patio de luces invitan a la intimidad que en ocasiones acaba violada por una mirada furtiva para adivinar de la vida de esos extraños a los que nos negamos a conocer.

Así de desternillantemente triste son algunas vidas.

La vieja del cuarto repite la misma perorata de siempre mientras pone una lavadora, y la hija la escucha cansada desde la cocina. La edad no perdona ni al cuerpo ni a la mente, pero hace estragos con el alma. No es ingratitud, es el peso de todo aquello que no se resuelve porque no se detecta más que por historias y dolores pasados. La cansa. Su manera de percibir que no hay más manera que aquella en que a algunos les toca vivir. Y el llanto toda una vida después.



Abre la ventana y permanece ante ella ni sabe el tiempo, porque en ocasiones deja de tener valor y parece detenerse caprichoso en el quicio, dentro de un cajón, o sobre las sábanas. La brisa remueve las finas cortinas de un lado al otro, y espera atreverse a saltar, en la más completa de las soledades, por más que las calles anden llenas de gente.

Algunos timbres suenan uno tras otros.

Cartero o propaganda. A estas horas, es casi seguro que propaganda.

La tarde empieza a caer. Las luces de las cocinas interiores empiezan a encenderse.

A los niños del tercero se los escucha subir las escaleras armando jaleo y corriendo.

Escucha la llave en la puerta, el leve golpe que la acompaña al cerrarse, los pasos cautelosos, el silencio con el que la envuelve y pesa. La indiferencia…

Cierra los ojos y escucha su voz entre dientes, con todo el asco que el poder le permite…

_Eres una jodida cobarde...

Sonríe antes de que empiecen los golpes. Está prohibido gritar o llorar.

No le cuesta. Ya no le cuesta.

Y cuando entre bofetón y puños cruza la ocasión, se aferra a ella sin pensarlo.

Salta, sí, pero lo arrastra a él.

Solo el grito del hombre alerta a cuantos por debajo caminan y los ven caer.

A ella no se le permite gritar o llorar. No lo hace. No le cuesta. Ya no le cuesta.



Algunos noticieros se hacen eco de la noticia esa misma noche.

Otros, los carroñeros, están en el lugar de los hechos a la mañana siguiente preguntando a todos quienes se atreven a hablar ante las cámaras.

_Era una pareja normal…

_No sabíamos que aquí viviera una chica.

_Nunca antes se los oyó discutir…

_Era una pareja ejemplar…

_Aquí vivía una chica?...

_Pensaba que este piso estaba vacío…

_Y dices que eran marido y mujer?...

Cuídense

Ciao

;-P

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