SI DESCONOCES LA LUCHA, PERMANECE EN LA TRINCHERA... ( XXI )



... Me deshago de la peluca y espero en aquella esquina apenas transitada cerca del puerto. Una dirección que queda lejos del lugar. He sido estúpida si pensaba que no habría tomado las medidas necesarias. No fue nunca confiado…

Apenas un par de minutos después el motor y las luces de un coche que bajo la oscuridad me había pasado desapercibido.  Los pulmones se deslizan dentro un palmo sobre el lugar donde se encuentran habitualmente. Respiro, rápido, con alguna dificultad, supongo que debido al miedo, y aunque entiendo que tratar de ser racional en estos momentos es bastante estúpido por no decir que penoso, nadie más lo sabe. Tengo la impresión de que voy a enfrentarme a una guerra abierta de despropósitos y mentiras. Que trate de engañarme no va a llevarme a mal puerto. No más allá de este. Noche negra y espero conocer la dirección que va a tomar esta maldita historia. Solo quiero que todo esto acabe.

El coche circula lento y me detengo en la luz de sus faros. Cristales tintados tan negros como el color de su carrocería que se detiene a mi altura. Retengo el aire.

Aprieto el arma que he medio escondido entre la peluca y todo lo que guardo dentro,con el dedo apostado en el gatillo. Cuando la puerta se abre apenas reparo en los ojos de quien desde dentro observa. Y siento lástima porque mi cuerpo vuelva a responder ante su sola mirada, haciendo demasiado larga la sola décima de segundo que me prometí que me daría si en algún momento volvía a verlo. Idea estúpida…

Esa maldita música que escucho y que en cualquier otro momento me hubiera parecido preciosa, quiero que se me antoje lúgubre e incluso demasiado melancólica ahora.

No he dejado de recibir piezas sueltas, allí donde estuviera, allí donde fuera. Sabedora en todo momento de que nunca dejó de rondarme. Guardo cientos de cedés con ella, y de nuevo, como tantas otras veces y desde que aprendí a mentirme, permito que una nausea me recorra por completo, envalentonándome. Sabe que esa música me devuelve a tiempo atrás.  Intento despejarme, encontrarme, reconocerme en el lugar, y todo vuela…Cierro los ojos. Los aprieto, como si eso lograse hacer desaparecer algo más que la negrura que los asedia invadiéndome por completo… Respiro. Me obligo a respirar.

_Leda…

Y su voz, su sola voz ya duele. Solo asiento y agacho la cabeza, incapaz de hacer lo que llevaba pensado. Solo un disparo, uno, y después de eso, nada. La nada más absoluta. Pero creo que puedo equivocar el momento. Y la nada más absoluta es ahora.

Llego a pensar que ando planteándole a la vida sobre aquello que va a permitirme ser hoy, rogándole redaños, y cuando quiero darme cuenta, Alejo se ha apeado del vehículo y se ha plantado delante. Me observa. Oigo su respiración a escasos centímetros. Retengo cuanto puedo lo que llevo dentro y que por conocer, desconozco.

Calculo que son solo dos de sus dedos los que acompañan mi brazo invitándome a caminar. Solo dos dedos, y queman.

Me obligo a deslizarme por la puerta trasera del coche y me siento alejándome de él y acercándome todo lo que puedo a la ventanilla, parapetándome tras un bolso en el que guardo un arma. Mi único pasaporte ahora hacia ningún lugar…

Me obligo también a mirarlo a él y al hombre que lo acompaña. Tres machos alfa para una mujer si contamos el que conduce tras la mampara.

La música sigue sonando. Einaudi o Richter, soy incapaz de averiguarlo.

Lanzo la pregunta por encima de la música antes siquiera de que mi cerebro se haya puesto en marcha, estudiando de qué manera mis cuerdas vocales deben moverse para hacer llegar el aire a mi boca, jugueteando entre el paladar, la lengua y los dientes antes de escapar.

_Verás a Beatriz pronto.

_Richter?

Asiente._Sarajevo.

Asiento y evito encontrar nada en su mirada. No es buen momento para hacerme más de una pregunta a la vez, y me bullen cientos, pero no quiero parecer necesitada de respuestas, así que le formulo solo la que lleva martilleando años dentro hasta el punto de haberse convertido en un tambor sordo que lo hace temblar todo.

_Por qué haces esto?

Sorpresa. Durante una milésima de fracción del ahora y el aquí, su rostro es delatado por la sorpresa, como si algo o alguien pudiera sorprenderlo…

_Te he echado de menos.

_No puedes seguir haciendo esto…no está... bien…_Y estúpida de mí me recrimino por no encontrar las palabras, porque están hechas un nudo del que soy incapaz de encontrar el ovillo correcto o la curva de una sola interrogación.

Me deja fuera de todo juego la falta de razón de sus actos. Que no entienda más allá de él mismo, que no sea capaz de ver el miedo que provoca, el hastío, lo irracional, lo envenenado del discurso del que se vale, su falta de empatía, su falta de alma…

_Pensé que no vendrías.

Sus palabras me sacan del bucle en el que no he dejado de estar nunca, solo que esta vez me encuentran contando las farolas que a lo lejos aparecen y desaparecen solo porque creo que esa es la única forma de controlar algo en mi vida en estos momentos. No me sorprende encontrarlo excitado, como un niño chico que abre un paquete que bajo el papel y las cintas brillantes esconde el objeto más preciado y deseado. Eso es lo que soy. Un objeto. Suyo.

Quisiera sentir lástima, algo más de la que ya he sentido hacia ese hombre a lo largo de todos estos años en los que un amor irracional me cegaba y me llevaba a mantenerlo incorrupto, pero no puedo. Tal vez no quiera. Por eso de no empezar a pensar que hay otras formas. Y porque se ha encargado de despojarme de todas las armas para luchar en este frente.

_No me has dejado demasiadas opciones.

A medida que los segundos pasan, recuerdo qué debe moverme, y aparco a un lado los vagos “quizá”, todos los falsos “puede”, y los envenenados y mortíferos “y si” que tratan de abrirse paso…

Ni siquiera lo miro cuando le escupo las palabras. Hastío y desgana. Es todo cuanto le dejo leer entre líneas.

_Volveré a dártelas. Todas. _Y la jodida poesía que encierran sus palabras me sobrepasa porque sabe que fueron esas mismas palabras las que me enamoraron hace ya más de media vida. Algunas nos conformamos con tan poco…

Recoge la lágrima solitaria que debía correr mentón abajo para suicidarse sobre mis pechos una vez llegara a mi barbilla. Una solo lágrima, que ni siquiera percibo, que es mía, mía, que me pertenece y que él hace suya, como todo lo que tocara con anterioridad.  Con la posesión del que descubre, invade y arrasa. Destruyendo lo que hubiera nacido, anidado y crecido antes…

Observo con la sensación de no ver nada, de no reparar en nada, es lo que ocurre cuando está cerca. Acaricia mi pelo y me siento como la perra que se tranquiliza ante las atenciones del amo… unas atenciones que no quiero aunque esté aquí.

_Estabas muy guapa todas las veces que te vi mirando la ciudad desde la ventana de aquel bar. Radiante el día de la cabalgata de los Reyes Magos, y…

_Me has estado espiando?_ Sueno cansada. No separo la frente del cristal. Sé cuál es la respuesta y no quiero sentir violados más momentos de mi vida.

_Cuido lo que es mío. Es por eso creo que deberías haberme preguntado antes de dejar que la tinta ensuciase tu cuerpo. _ Toca entonces mi hombro y sus dedos descienden por donde debajo de la ropa, solo trazos negros…

Cierro los ojos. _No volverá a ocurrir.

_Buena chica.

El escalofrío se hace patente incluso para él. Me recorre por completo, y mi piel siente el rechazo y el asco. Poco puedo hacer, y me alegra saber que como mínimo, sea ésta la que guarda memoria…

_Pareces cansada.

_No te imaginas cuánto.

_Tendrás unos días para descansar.

_Y luego?

Retira un mechón de la cara y lo coloca tras la oreja.

_Ya veremos.

A merced de sus desvaríos y su locura, así me deja. Y si ya es complicado haber tenido que aprender a lidiar con la mía, siento que ahora mismo la mente acaba de quedarse en blanco ante la incertidumbre, como ocurre ante un examen que una no lleva bien preparado o en la que los nervios la traicionan…blanco. Como si de nada hubieran servido todos y cada uno del resto de los días que mal viví tras él. Y no encuentro esquinas o techos que me den respuestas. Inquieta.

El camino se me hace eterno. El silencio amplifica mi estado, dándole alas a un desconcierto que crece haciéndose hasta con el aire.

Cuando finalmente paramos ante la verja de metal que casi queda oculta por la enorme red de hiedra, no reconozco el lugar. Un pitido seguido de un chasquido y las puertas empiezan a abrirse pesadas hacia los lados.

Tras los cristales tintados no reconozco nada en absoluto. Y el miedo vuelve a golpearme la boca del estómago. Empiezo a sudar e instintivamente llevo la palma de mi mano a la frente.

La toma y me sobresalto.

Creo atisbar un amago de ternura en sus ojos. Y entonces reparo en su iris. Negro, tanto como todo lo que…

_Tranquila.

Asiento. Confusa. No soy capaz de más.

El coche se detiene y un segundo después la puerta se abre desde fuera.

_Vamos, Beatriz espera.

Como un resorte me pongo en marcha olvidando que hasta hace unos segundos mis piernas parecían estar adormiladas, y las sentía pesadas anclándome al suelo de ese coche. No me detengo a pensar si alguno de sus hombres nos acompaña. Me encuentro ante la puerta de entrada que vuelve a abrirse ante nuestra sola presencia.

No puedo evitarlo, y soy consciente, las prisas mueven mi cuerpo, como si los segundos del reloj corrieran con mayor premura, incitándome a llenar ese abismo que empieza a formarse dentro.

Pregunto sin necesidad de separar mis labios, no creo haber sido consciente nunca antes de todo lo que pueden llegar a hablar los ojos.  Me sorprendo.

Toma mi mano escaleras arriba y noto el temblor que todo lo barre y a un ejército entero pisoteándome las sienes. Casi puedo notarlos detrás de mí y llego arriba con el corazón amenazando con salir despedido de la boca.

Me detengo. No sé por qué. Ni qué lleva al cuerpo a reaccionar antes de que lo haga la mente haciendo consciente a la mujer que acaba de darse cuenta de algo que aun no encuentra. Algo se me escapa...

Tal vez sea el miedo por encontrar tras alguna de esas puertas a una mujer que desconozco.  Yo…tal vez ha sido la amonestación constante de la naturaleza desde que éramos chicas, la que me hace despertar de nuevo porque juraría que puedo tocar con mis manos el dolor que tras ese trozo de madera me separa de un pedazo enorme de mí. Alarmas lejanas resuenan desde algún lugar…ese abismo empieza a llenarse de una culpa que había negado hasta ahora. Y viene en horda provocando una arcada que no puedo evitar.

_Estás bien?

Y su pregunta es lo único que necesito para salir de esta espiral de negros que estaba haciéndose conmigo. Inspiro profundamente mientras intento encontrar de nuevo el centro de gravedad dentro, y asiento.

Abro la puerta que me indica, sin que nada dentro necesite ser dicho.

No estoy aquí. He vuelto al lugar llamado miedo, ese que conozco, y que debería asustarme, pero me calma estar en tierra conocida por muy estúpida que pueda parecerme la idea, porque desde allí nació todo. Lo bueno y lo que no lo ha sido. Caminar después de él ha sido siempre lo complicado. Regresar nunca fue opción, y observo desde el umbral de la puerta sin permitir a las preguntas seguir aflorando en mi mente porque no me queda otra...No hay opción. O no he sabido encontrarla, o puede que pensara que alejándome y poniendo distancia de por medio, heredaría lo mismo a cambio…silencio...fui estúpida. Siempre lo he sido.

La imagen parece devolverme mi reflejo. Creo que las manecillas de su reloj se han parado. Sonrío, algo tímida y algo nerviosa, porque me reconozco en ella, porque la sigo viendo como a la hermana pequeña, a la niña que fue, a lo que fuimos alguna vez estando juntas. Como si por el simple hecho de haber nacido solo tres minutos antes ya me hubiese impuesto ante el mundo como la mayor, la más sabia, la más fuerte, la más segura y lista.

Camino lenta hasta acercarme a ella y reparo en sus manos, atadas a cada uno de los lados con una fina tela. Apenas levanta la vista del suelo. No se mueve de aquella silla.

Busco en el umbral de la puerta una explicación y mis ojos vuelven a hacer el trabajo.

_Necesita vigilancia continua. Ha intentado auto agredirse en varias ocasiones

_Beatriz._ Y mi voz es tan solo un susurro.

Me coloco delante de ella y observo cómo algunas lágrimas le han corrido por el rostro. Alargo mi mano para rozar su brazo.

_Estoy aquí. Ehhhh…_Me acuclillo hasta que mi rostro se suspende algo por debajo del suyo.

_Beatriz, estoy aquí. Voy a deshacerte estos nudos, de acuerdo? _Alejo se acerca y ella empequeñece.

_No creo que sea buena…_Lo necesita, Alejo. _Me analiza con la mirada.

Asiente. Solo asiente.

Vuelvo a arrodillarme ante ella y la libero de las telas. No tarda en acariciar mis manos y después de que intente coger las suyas, me abraza. Es tanta la desolación y la desesperación que siento en ella, que la rabia se abre paso. Me compadezco mientras la noto temblar y llorar.

_Ehhhh, pequeñaja, estoy aquí. Shhhh…estoy aquí.

Y así pasan los minutos, en el vaivén del balanceo que nos envuelve mientras trato de acunarla como hemos hecho tantas otras veces a lo largo de nuestras vidas.

_Necesitáis algo?

Niego mientras llevo a cabo el movimiento perpendicular de mi mano sobre su cabello, como solo minutos antes hicieran conmigo.

Me vienen a la cabeza flashes de esos momentos compartidos con ella. Lejanos, en un patio de colegio. Cuando tras saltar y brincar sobre aquel talud de tierra ella resbaló desollándose una rodilla…o la vez en que encontramos muerto en la jaula aquel canario que nos había acompañado desde que cumpliéramos tres años…o tras alguna de sus pesadillas, alguna paliza, algún golpe o algún insulto de los tantos que llegaron a tatuarnos de piel hacia adentro…y me siento perdida. Sin encontrarle sentido a todo esto. Sin saber qué hicimos mal, qué nos llevo a perdernos,  y sin recordar siquiera cuáles eran nuestros sueños, confesados bajo las mantas mientras la luz de nuestra mesita de noche permanecía encendida y nos acurrucábamos la una junto a la otra. Toda esa pérdida viene a hacerse con todo ahora, tomando significado solo por la forma en que irrumpe. Como si todos los gritos de dolor sonaran al mismo tiempo en una partitura macabra en la que se acomodan entre soñolientos cánones y cambios de ritmo con los que no puedo hacerme. Flautas que confundo con quejidos, sollozos que distorsionan los violines que se adolecen, arpas, oboes, tubas, lluvia y delirio del que intento alejarnos a ambas…
 
Cuídense.
 
Sean Felices.
 
Ciao.

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