DE NO CONOCERSE O RECONOCER AL OTRO... ( 19 )
Cualquiera con dos dedos
de frente hubiese podido mantener la maldita fe...
Cualquiera a quien no hubieran
herido hasta el punto de desear no estar ni ser, para no sentir o recordar
siquiera...
Mantenerla al lado no
resultó nunca fácil, y siempre tuve la sensación de que la mía zigzagueaba continuamente sin darme tregua a disfrutarla
demasiado tiempo.
Nadie tiene la misma
necesidad de mantenerla o de lidiarla con las mismas armas, eso es lo que nos
diferencia, y cuando llegó el punto de tener que decidir si vivir como hasta
entonces o aprender a vivir de nuevo sin ella, escogí, como hacen los cobardes,
mantenerla al lado aunque por pocos espacios de tiempo, y siempre y cuando
decidiera aparecer, sintiéndola siempre segundos antes de escapárseme de las
manos. Algunos no han tenido nunca la necesidad de reconocerla. Otros en cambio
la esperamos a la vuelta de cada esquina. Reposando tranquila junto a la
primera taza de café de la mañana, o en el rizo de la toalla con la que nos
envolvemos al salir de la ducha, dentro del cajón de la ropa interior, o
adormilada junto a las ollas en el mueble de la cocina. Eso nos diferencia a
unos de otros, la necesidad de seguir buscándola fuera cuando ha decidido
escapar corriendo para esconderse entre la gente, y lo sabemos porque no ha
habido manera de encontrarla dentro…
Una vez entendí que aquel
había sido el camino que había tomado, algo de una extraña paz vino a hacer
morada dentro. Es lo que ocurre cuando de entre la locura y el paso del tiempo,
una decide caminar del lado del segundo…del presente, del ahora del yo, de
dejar de vivir de los que ya no estaban. De los que no me habían pedido permiso
para irse y habían decidido no llevarme con ellos. Maldije una y otra vez y
seguí manteniendo la estúpida esperanza de que iba a encontrarla sentada en el
banco de algún parque, subida a la rama de cualquier árbol sin hojas del mes de
enero, o agazapada tras una palabra…
El problema del espacio que deja la fe, es que
pronto la locura, sin yo saberlo, vino a hacer suyo ese hueco, y se encargó de
enmasillar todas las grietas, y le dio un tono menos gris, nuevo, y se aposentó
arraigando tan poco a poco, que apenas pude distinguirla hasta que no fue
demasiado tarde.
No todas las vidas llevan
a tener las mismas necesidades… cualquiera hubiese podido darse cuenta…algunas
vidas nos inclinan, como lo hace el miedo, y nos convierte en monstruos solo
por la necesidad de deshacernos de nuestros propios monstruos…solo es que una
vez nos hemos desecho de ellos, seguimos llevándolos dentro. Y un solo acto
viene a desordenarlo todo tanto, que ya no sabremos volver a ponerle orden a
nada… y para entonces nos habremos convertido en verdugos de otros monstruos.
Nada que nos diferencie de ellos...
Somos tan caducos como lo
son el tiempo, las estaciones, las emociones, los recuerdos, la añoranza, la
búsqueda y esa fe.
Aceleramos tratando de
dejar atrás la posibilidad de convertirnos en caducos, y no nos percatamos de
aquellos que aceleran a nuestro paso tratando de huir de lo mismo, todos
llevados al mismo precipicio, ese al que sería estúpido saltar a no ser que no
vayan a preocuparte las consecuencias, lo demás son actos suicidas. Uno tras
otro. Todos caducos desde el mismo momento en que fueron engendrados.
Tan taciturnos como
despreocupados por aquello que sentíamos tan seguro, que una capa de fino hielo
vino a instalarse y lo hizo un mes de verano.
O lo mismo fue la dejadez
de lo que se ha convertido en rutina de la noche a la mañana. O no buscarnos o
no encontrarnos o no reconocernos en el otro…posibilidades las hubo todas.
Debió ser una concreta y clara, pero el hielo nos impide ver del otro lado, así
que explique uno u otro el motivo, nunca será el mismo para el del otro lado.
Y ya no la buscaba al
llegar de alguno de los viajes, los mensajes empezaron a espaciarse, la desgana
o no encontrarla dentro de mi cabeza las veces que sí había estado antes, a
todas horas, juguetona e infantil como solo ella sabe…
Sabía que le ocurría lo
mismo. No nos habíamos parado a preguntarnos porque uno sabe siempre de ante
mano cuál va a ser la respuesta…uno nunca quiere que la falta de fe del otro
nos acabe devorando… y tampoco nos interesó luchar para no acabar despedazados…
Salgo de la ducha y
espero a vestirme para ir a su piso. El monstruo anda tan revuelto que siento
ganas de vomitar. Limpio con la palma de la mano el vaho que entela el espejo
del baño, y me recorre fugaz la idea de que soy un preso en el corredor. Te
juro que la bilis me inunda desde el estómago, pero intento obligarme a borrar
esa imagen…
No oigo la puerta
abrirse. Ni siento su corazón a mil por hora, ni esa borrachera de delirio que
lleva dentro… estoy tan cerca de despedazarme que he bajado la guardia. Lo sé.
Sé que lo sabe. Sé que está tan a punto de despedazarse como yo.
Algo resquebraja esa fina
capa de hielo que lleva tiempo interponiéndose entre ambos, y milésimas de
segundo me bastan para entenderlo todo.
Solo puedo mirar el cañón
de mi arma, sin que tenga la necesidad siquiera de preguntarme si va a ser
capaz de apretar el gatillo. Sé que va a hacerlo. Lo he sabido siempre, siempre
supe que si tuviese la oportunidad lo haría, y la tengo delante. Entiendo que
ese velo que cubre sus ojos es el mismo que le ha ido creciendo desde hace
tiempo, tan igual y aterrador como el de aquella primera víctima. Nada que pueda
buscarse dentro de ellos porque la negrura es demasiado espesa.
No reparo demasiado en todos los sobres que hay sobre la mesita de centro...yo mismo puse el último en su buzón...
No reparo demasiado en todos los sobres que hay sobre la mesita de centro...yo mismo puse el último en su buzón...
Un escalofrío. Solo un
escalofrío de los que recorren por completo la columna. Se me acaba el tiempo.
Tomo aire mientras cierro los ojos. El pitido en mis oídos amortigua el de la
pistola…
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