DÉJALO IR...
Déjalo ir. Todo.
Y perdóname por no haber sido suficiente, aunque tarde o
temprano, acabaré siéndolo. Aunque muy en el fondo, para ti, nunca, nadie,
llegue a serlo. Aunque ese, nunca haya sido
asunto mío.
Perdóname por todas esas mañanas en las que mi humor se estrella
contra el espejo del baño, o en un café a tientas y tibio, mientras miro por la
ventana.
Por mi impaciencia y la rabia que me mueve. Déjalo ir y
perdóname, porque puede que esta no sea la mejor manera, pero hasta ahora ha
sido la menos peor.
Perdóname por haber estado despeinada tanto tiempo, y ciega,
y muda, y vacía, para conmigo y los míos, manteniendo huecos y espacios para quienes no
estaban.
Perdóname por haber esperado que me rescataras todos estos
millones de insoportables segundos después. 962172 para ser exactos.
Perdóname las noches de insomnio.
El nudo dentro.
La torpeza y agarrarme a quien ya no me presta sus manos.
Perdóname porque de todas las torpes, fui yo. A mi favor
diré que estabas avisado.
Perdóname por creer que en mi cuerpo hallarías hogar y en
mis manos toda la paz que uno necesita mientras está vivo.
Perdóname porque el dolor se hizo dueño y señor de todo lo
bueno.
Perdóname por haberte confiado y haberme entregado en canal.
O porque me doliera que arrasaras con todo, y que todo este tiempo después no
haya sabido encontrarme entre la devastación y las cenizas.
Perdóname por haber parado todos los relojes y haberme
quedado a oscuras para que así no hubiera ningún reflejo. Perdóname por no
haber encontrado antes la manera.
Por no haber vuelto a escribir de la misma manera.
Perdóname, pero es que ya nunca volverá a ser lo mismo.
Perdóname por no emocionarme o arriesgar.
Perdóname porque sin relojes el tiempo dejó de pasar, y los
segunderos se volvieron aliados e hicieron enmudecer todas las campanas.
Perdóname por perder la paciencia y la fe.
Por haberme olvidado.
Déjalo ir todo.
Perdóname porque vuelvo a reconocerte y ya no dueles. Y
siento placer, créeme. Todas estas estaciones después. Lo que viene a durar un
bisiesto de media noche. Recuerda cuántos millones de segundos después.
Permíteme que siga guardándote como te guardaba entonces, a
sabiendas que aquellos que fuimos ya no volverán a ser. Nunca. Y perdóname
también por esto. Porque he tardado en entender que no volveremos a ser.
Concédeme el perdón cuando en noches de rabia me reconozca
sin carmín ni satén que me vistan.
Perdóname por tener que repetir como una demente este mantra
q a ratos me aporta paz.
Perdóname por haber traído conmigo lo que soy, si eso fue lo
que nos impidió ser.
Perdóname la cobardía y el miedo.
Perdóname todas y cada una de las mentiras que me hicieron
perderte entonces, y que me siguen envenenando a día de hoy, porque a veces
para enfrentar al miedo, hace falta usar un valor del que nunca fui demasiado
sobrada.
Perdóname por no ser como esperas. Por desconocerme. Por no
reconocerme en ocasiones. Por esconder mis cicatrices.
Perdóname por quererte un ratito más. Solo trataba de recuperar algo de
todo lo que te di, que fue todo.
He ido tratando de recomponerme desde entonces. El problema
es que nunca antes llegué a conocer de todo este vacío que tuve que reconocer
sola.
Perdóname por ser la más pequeña de las valientes, porque
a estas alturas, a nadie le interese ya hablar de armaduras.
Perdóname por confundir la noche y el día. Uno tras otro.
Todos estos meses de sabiduría rancia después.
Perdóname por haber sido.
Por haberte pensado.
Perdóname por la piel, los ojos y tu boca.
Por haberme lamentado más de la cuenta.
Perdónamelo todo.
Déjalo ir y perdónamelo todo.
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