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Ahora ya no me produce nada en absoluto. Nada dentro que asombre a mi parte racional o inhumana, pero reconozco que las primeras veces sentía fascinación por mirar en sus ojos y ver que allí ya no había nada. Me costó llegar a comprenderlo, y una vez lo hice, perdió casi toda la emoción. Vuelvo a empalmarme solo con darme cuenta de que en el justo momento en que agonizan, el cuerpo sigue vivo solo por inercia, y porque debe ser más perfecto de lo que hemos creído hasta ahora. Nos negamos a morir porque va contra natura si no es el propio cuerpo quien decide hacerlo. El cuerpo lo niega porque de una u otra manera debe permanecer atado a algo que lo hace suyo y que no quiere dejarlo escapar. O no todavía. O no allí, o no de aquella manera. Cuando sea lo que sea nos abandona, los ojos permanecen tan lejanos y tan vacíos, que al principio da miedo. Los espasmos por llenarse de nuevo de ese algo nos mantiene algunos segundos tratando de luchar para intentar completarnos. Lo que el cuerpo no sabe, es que una vez ese algo dentro te abandona, nada nuevo puedo llegar a poblarlo. Ya no hay vuelta atrás. Lo dicen siempre los ojos. Lo dicen siempre que no dicen nada. Entonces, ahí, ya no hay retorno. No recuerdo si me sorprendió llegar a comprenderlo de esta forma que es únicamente la mía, o si cada asesino se plantea las cosas como yo las hago, pero recuerdo que mientras el proceso de comprenderlo duró, la técnica se amoldó a la necesidad, y entonces el cuchillo el arma. Clavado en el corazón o degollando es como más claras se ven las cosas. Y cuanto mayor es el cuerpo, más segundos se pasa sacudiéndose  sobre la alfombra o el parquet de esas habitaciones de hotel en las que todo ocurre.

Acojonan el silencio y el vacío. Siempre. Malvivir si a fin de cuentas eres incapaz de saciarte. Si estás sacudiéndote sobre el suelo el tiempo es limitado, vivir sin sacudirte y lleno de ese vacío, eso es lo realmente monstruoso.

Quien más quien menos es monstruo de su propia vida y destino. Otros se convierten en verdugos, monstruos y enfermos de esos otros animales. Esta no deja de ser una cadena que hace posible el ciclo de unas vidas que debieron no ser, o que pronto dejarán de ser. Tiempos pactados, marcados, limitados, y monstruos, siempre monstruos. Da igual el orden. Monstruos a fin de cuentas.

Depredadores vacíos que acaban con enfermos vacíos y dementes.  El vacío tiene tantas escalas como clases diferencian a todos esos a los que se les acaba el tiempo. Tiempo. Siempre tiempo. Siempre vacío de tantas cosas y lleno de 
monstruos.




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