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A veces puedo escuchar lo que anda pensando y me gustaría saber si es todo tan culpa suya cuando bajo el velo en sus ojos por el recuerdo, me reconoce que es la mayor de las torpes emocionales. Tan de tanto en tanto, que realmente creo que haya acabado por hacer morada en un duelo que la está barriendo por completo, inhabilitándola, no sé demasiado bien para qué, o cómo…mutilándola. Imagino cómo sería tener delante a quienes la hicieron ser quien es hoy, solo para mirarlos a la cara y reconocerme entre ellos, como uno más. Otro alguien que no va a contarle lunares o descontarle guerras. Otro que solo va a follarse sus pecas, sus retales y su jodida y sabrosa boca. A veces me recorre la duda de lo que podría haber sido, de todo lo que podría haber sido, entonces reconozco que para ambos es tarde, y lo peor es que lo sabemos. E imagino cómo sería destrozarla y derrumbarle sobre el sucio suelo toda esa tierra y esos jodidos castillos que tiene a bien guardar en lo más recóndito del lugar en el que las mujeres lo guardan todo. Estoy seguro de que me pediría a gritos que parase, y yo haría por obviarla, y pensaría solo que es otra de esas niñas malcriadas que lloran por las mayores de las chorradas. No ando seguro de poder reconocerte que me diera lástima. De desterrarla y desposeerla lo haría solo por mi propio interés, por tenerla entera conmigo, sin nada de lo que por medio y entre algunos tiempos nos vuelve en relojes incompletos. Lo haría no para alejar sus monstruos, sería solo para saciar al mío. No puedo reconocerte tampoco el tiempo que pueda pasar a su lado, o si ahora mismo creo que pudiera haber más, o lo deseara o lo quisiera. Prefiero dejarla en manos de sus verdugos para hacerla mía cada vez que me apetezca. A veces creo que es lo más parecido a un fantasma que conozco. Media mitad de nada. Tan transparente como irreal. Tal vez solo un cuarto. De imaginación y encantos tan previsibles como disfrazados, y entre todo ella, yo. Hombre. Capaz de tomar cuanto quiera y pueda para dibujarlo luego dentro, desde la mitad que la viste y me la dibuja, y el cuarto que me la roba, a ratos, noches, excesos y otros fantasmas. Esa que es solo mía y que solo reconoce el trazo y el color que elijo. No he llegado a perder nada que no sea el norte esperando adentrarme de nuevo entre sus piernas. Y su boca, joder! su boca me convierte en el peor de los hombres, solo por desear perderme de nuevo dentro de ella y bajo sus tetas.


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La vez que volví a verla, fue en aquel gris y frío cementerio. No iba en su busca. Solo pasaba por allí, y algo me hizo detener el coche y pasar e ver la tumba de mis padres. Ni siquiera supe que era ella hasta que al mirar la lápida, observé los nombres y la fecha de defunción. La observé hasta que el mes de noviembre vino a hacer acto de presencia y las piezas encajaron. Un puzle macabro envuelto de una ventisca que hacía que algunas flores corrieran peligro de caer al suelo. Recuerdo la charla que cerca de mí me llevaron a perder la noción del tiempo y las vidas. Algunas vidas. Y supe entonces que el cupo de lágrimas se había agotado. EL suyo y el mío. No el de aquella mujer que entre pañuelos y sorbiéndose la nariz y las lágrimas, explicaba a quien tuviera bajo tierra lo dura que es esta vida. Llegué a pensar que no es cierto, que nada de lo que ocurre tras una pérdida es duro. Y que era solo la necesidad necia de seguir con un estúpido e innecesario duelo que solo nosotros nos obligamos a vivir. Los cupos se agotan. Y no porque se les olvide o se deje de querer a quien ya no está, es solo que hay un momento determinado por la razón, que nos vacía de todo lo que nos ha mantenido atados a un recuerdo y a un deseo. El de no perder nunca. Ese momento viene a aclararnos algo, nuestro camino es limitado. Hay quienes se conforman con creerlo así, y otros le sacan todo el juego a esa certeza. Depositaba las flores con sumo cuidado arrodillada ante aquella vieja lápida ajada por el paso del tiempo y las inclemencias de las estaciones, retiraba las viejas y con los pulgares repasaba los nombres, de manera lenta y decadente, como si el tiempo hubiera llegado también a su fin. Acomodó su bufanda cuando decidió que aquello no debía alargarse más, y la vi salir del recinto con paso rápido. Tomé la matrícula y el modelo del coche. No me costaría encontrar toda la información necesaria.

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