...O QUE SERÍAS CAPAZ DE ENCONTRAR LA BATUTA ENTRE TANTO INSTRUMENTO (III)...





..._Por qué este tatuaje?

_Y por qué no? _Supe que aquello había sonado borde nada más escapar de mi boca, sin siquiera haberlo pensado y sin mucho menos tiempo para detenerlo. Pero o me concentraba en playas paradisiacas con caipiriñas o mojitos y tipos zumbones, o iba a empezar a gritarle improperios puesto que mi orgullo no me permitía llorar en público. Claro que lo de gritar iba más acorde con mi situación dado que el único dique que se había secado por completo durante esos meses, era sin duda alguna el de mis ojos… Que llorar ayuda a que la pena pase y duela menos. Ja! Y una puta mierda más grande que un puto piano de cola lacado en negro y con pedales de esos chulos a los pies! Pasa a ser otro dolor sordo, un sonido incesante entre las sienes y el pecho. Y de tantos que empezaba a acumular, me había montado una orquesta sinfónica que me llevaba de cabeza y que empezaba a afinar en el momento menos pensado. Lo único bueno es que mi locura estaba empezando a abrirse paso reconociéndolos, y sabiendo en qué momento los de cuerda daban paso a los de viento y por último, casi siempre al llegar la noche, los relevaban los de percusión.

_Porque un tatuaje dice mucho sobre sí mismo así como del que lo lleva.

_Pues tú solito has contestado a tu pregunta.

Lo observé sonreír apenas con una curvatura de su labio inferior. Y aunque mientras trabajaba llegué a preguntarme si sus grandes manos serían capaces de hacer un trabajo exacto y limpio, el resultado final no me dejó duda alguna de su profesionalidad. 
Dos horas después y habiendo recorrido infinitas veces aquellas paredes plagadas de dibujos en todos los colores y con todos los estilos posibles, mi agonía sorda acabó. También lo hizo el silencio reinante solo roto por el zumbido constante de aquellos aparatos que me devolvieron imágenes de algunas pelis de terror que había visto medio agazapada tras el hombro de alguien o tras el cojín que me pillara más cerca. Acabé también con cerca de los ciento cincuenta euros que llevaba en mi cartera.

Tras sentirme como un trozo de pollo de los que acostumbro a congelar cuando me envolvió la zona con film transparente y que me recetara una crema que compré nada más salir de su estudio, volví a casa con la seguridad de que había acertado con aquel tatuaje.
" Solo hay que saber esperar y tatuarte aquello que realmente estás segura de que podrás llevar contigo el resto de tu vida."
 Y volví a casa más ancha que pancha, feliz por haber encontrado en la tinta completamente negra que ahora adornaba mi piel, las palabras que definían por completo quien era entonces. O cómo me sentía tras todo. O …yo que sé. Pero me molaba.

Alguien con quien acabé en la cama menos veces de las que me hubiera gustado, me dijo una vez que era oscura. Y sí, por oscura una piensa en cosas negras. En almas negras. No quise nunca confundir sus palabras, y tampoco me hizo falta darle demasiadas vueltas. Sabía que hablaba de las palabras que me rondaban, con las que trataba de vaciar diques y deshacerme de cuanto llevaba dentro. Y tuve la impresión de que una vez las vistiera mi piel y no se escondieran debajo, todo iba a ser más fácil, o menos complicado como mínimo.

Recordé las palabras del tatuador mientras me miraba en el espejo, y las reconocí más sabias unas horas después de que las hubiera pronunciado.

El dolor sordo fue desapareciendo poco a poco y aunque algún que otro roce me recordó en contadas ocasiones que estaba allí, poco a poco fui acostumbrándome a que quemara de piel adentro. Tuve la sensación de que era como si quisieran desaparecer de nuevo. Para no dejar rastro.  Ser reabsorbidas por la carne para poder seguir guardando cientos de secretos. Era un dolor diferente con el tuve que aprender a convivir solo un par de días después, segura de que me acostumbraría a sentirlo, así como a ver las afirmaciones que me recorrían desde el costado derecho y por encima de mis costillas hasta el hueso de la cadera.

Una vez la hinchazón hubo remitido y el sudor por realizar ejercicio físico no me molestó, volví a mi rutina de correr, esta vez sin pesas, y a realizar algunos ejercicios en casa mientras la música de Rihanna o Pink sonaban a todo trapo desde los altavoces del comedor. Me exigía hasta llegar al punto de no retorno, deseando caer rendida en la cama, y que por las mañanas llegara al trabajo cansada de estar forzando mi cuerpo y no por no haber pegado ojo durante la noche.

Iban menguando los momentos en que mi anárquica mente volvía a centrarse en la piel de los otros, de manera que fueron creciendo los momentos de ansiedad por retenerlos dentro y no dejarme reventar de una vez por todas. Pero estaba claro que no podía. O no quería. O que esta vez no sabía. O que soy gilipollas. O mujer. O que…o que tal vez todo hubiera debido pararse aquella mañana de domingo cuando la noté correrme piernas abajo. Justo eso era lo que temía. No saber ni saberme. Desconocer y desconocerme. Por completo. De nuevo. Habiendo tomado atajos en más de una ocasión. Y sin saber qué camino pillar ahora.

Había vuelto a colocar los cojines en el lado opuesto de la cama, con la esperanza de dejar de moverme de un lado al otro y poder así amanecer como lo hacen las personas normales una vez suena el despertador, pero la mitad de las veces amanecía con la cabeza colgando de la parte inferior de la cama, un tercio de las mismas me ahorcaba o asfixiaba sola entre las sábanas y el resto se dividían entre despertarme gritando envuelta en sudor o despertarme de golpe cuando el frío suelo venía a recibir mi cuerpo. Las noches pasaron a ser eso. Noche. Con suerte lograba dejar entre las sábanas el asco y el rancio gusto con el que me daba los buenos días el cielo de mi boca. Las mañanas en que no había suerte, notaba que tras la ducha un olor putrefacto me acompañaba durante la jornada…



…Traté en vano de que desaparecieran esas estúpidas ideas que me habían poblado durante algún tiempo y que me habían avergonzado en menor grado aunque casi la totalidad del mismo.

Desde las que me hicieran avergonzarme por haber sentido y que el otro no lo hubiera hecho, hasta la de haber creído, porque de incrédulos anda el mundo lleno. La de no haber sido suficiente porque el susodicho no supiera ni lo que quería, hasta la de haberme vendido al mejor postor porque quien más quien menos lleva una mochila de mierdas indescifrables con historias familiares igual de indescifrables que van a parar a manos de quienes son incapaces de resolver una puñetera sopa de letras de las sencillitas. Que no esperaba que nadie acabara el puzle, pero tampoco que me robaran piezas.

Y lo único que cambió fue la percepción con las que las que vinieron a instalarse entre la almohada y la luz de la mesilla de noche.
Por pensar había llegado a hacerlo acerca de herir sin maldad, por eso de estar aprendiendo el ritmo que marca esta vida, acompañada de orquestas que afinan y desafinan a destiempo en cada uno de los casos. Y llegué a la vaga, vana y estúpida conclusión de que herir es eso. Salir tocado a fin de cuentas. Sin que sea demasiado importante si se acaba perdonando al otro o no, cuando uno es incapaz de recoger el precio por el daño ajeno y debe pagar con intereses de mercado actual los propios.

Tenía derecho a caer en todos los tópicos impuestos por esta sociedad y lo hice. Claro que también metí la pata hasta el cuello y eso no depende del sexo que lleves entre las piernas si no de lo muy gilipollas que seas, y está claro que tras cuatro mil doscientas veinte dos palabras, ya te habrás dado cuenta de que soy una de las gordas. UNA GRAN GILIPOLLAS!

Dibujé a hombres perfectos donde solo había proyectos de hombre, a hombres sinceros cuando solo conocía la mitad del cuarto menguante de la pupila de sus ojos, y a perfectos amantes cuando ni siquiera se molestaron en conocer la anatomía única y exacta de cada mujer.

Tracé estelas y configuré nuevas constelaciones contando y uniendo pecas en la espalda o el pecho de alguno, cansada del poco tacto con que me respondían sus yemas. Fueran de quienes fueran.

Me fingí por vivir de desechos con tal de vivir agarrada a algo. Y se me culpó por no ser sincera.

Conocí para y por desconocerme y la puñetera y siempre lista verdad vino a cerrarme el pico en decenas de ocasiones.

Creí encontrar el tesoro entre mis dedos y traté de cultivar la ironía y el caos. Olvidando el riesgo. Y viví a ratos locos de retener conmigo a quien nunca estuvo a mi lado.

Sentí el vacío antes de haberlo perdido y me aferré a sus espaldas y sus migajas por no sentirme sola. De nuevo.

Le puse banda sonora a algunos segundos, y odio todo el repertorio que guardo sin querer porque me los devuelven, los segundos, y no porque la suma o el cómputo fraccionado sea malo, si no porque de haber sido más lista hubiera evitado dejar rastro y en todo este absurdo algunos pilares permanecerían aun intactos.

Supe hace tiempo que no se puede o debe, o que es casi mejor no vivir esperando de ese gran engaño al que llaman ( por qué lo llaman amor cuando quieren decir joder al prójimo con una sarta de inútiles estrategias que están en banca rota desde que a algún iluminao le dio por jodernos?).

Y el caso es que sabiendo del engaño…pues eso.

Por no ser la rara, la rancia, la diferente, la que va contra corriente. Para acabar siendo la estúpida, la obsoleta, a la que no paran de darle guantás con la mano abierta y la que no para de quejarse de algo que ya ha probado pero que ha tenido la necesidad de volver a saborear por eso de no auto tacharme de torpe y porque en el fondo me gusta chutarme de esos vuelcos que hacen a la par el estómago y el poco cerebro que me queda. Más aun. Otra vez. De nuevo…Tal vez solo pensaba que sería capaz de encontrar la manera. Que había una. Que debía haber una.

Herí con las palabras que deseé no haber unido y con silencios que deseé no haber enlazado, por más que el resultado fuera en ocasiones peor que malo y dejara a la vista de cualquiera la falta de como poco seis de las siete inteligencias emocionales. Sumándole a esto la paja mental que me llevaba a confundir la séptima, no era de extrañar que anduviera peleándome a ratos, muchos, conmigo misma, y casi siempre sin llevar razón. Por eso de no bajarme del burro y no permitirle al orgullo salir más mal parado si cabía.

Si a eso se le suma haber nacido sin brújula interior, cualquiera entiende que aun esté buscando el camino. El maldito camino. Sea el que sea. Llegándome a plantear incluso que el macabro azar y la escurridiza suerte, se juegan mi vida a la carta más alta entre el humo del tabaco rancio y algunas copas de lo que sea que tomen para acabar con una cogorza monumental...


Me entretuve un tiempo pensando en ojos que no casaban con rostros, o miembros sin capacidades. El tiempo debía pasar. Yo lo hacía como buenamente podía. No digo que fuera la manera apropiada pero me reconfortaba saber que conocía el sitio donde depositar las flores y el llanto a todos los muertos que llevaba a mis espaldas. Que tampoco digo que sea la manera, pero una vez los matas, parece que sea más fácil seguir adelante si conoces la parcela de tierra bajo la que descansan…
Cuídense.
Sean Felices.
;-P

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