SIN RENCORES? ...
...Me había vuelto tan asquerosamente yonqui de su cuerpo que
no tenerla dolía.
Era un dolor físico…
Dolía tenerla bajo mis manos y cuando me perdía en ella,
solía decirme que tuviera calma. Que no iba a irse.
Las semanas pasaban lentas y sentía que las mañanas se
distanciaban en el tiempo del último encuentro por lo muy indelebles que
aparecían bajo el cuello de mi camisa las marcas que me dejara en la última
contienda.
Recordaba cada uno de aquellos momentos y me había
acostumbrado a llevar la mano al cuello o al pecho en busca del rastro que ella dejara.
Desconocía si ella haría lo mismo y llevaría sus manos a los
muslos en busca de las marcas que le dejaran mis mordiscos.
Si buscaría en el espejo la marca de mis dientes en su
hombro.
Si tantearía sus pezones en busca de la marca de mi boca.
O si en sus caderas habrían cicatrizado ya el rastro de mis
arañazos…
…Recordarla era lo que me mantenía a medias.
Lo que me hacía agonizar algunas noches y justo eso lo que
me hacía despertar con un hueco en el pecho las mañanas alternas a borracheras
de sudor a solas y caricias impuestas a oscuras.
Por más que intentaba no volver a caer en mi trampa y su
piel, la sensación de que iba a desplomarme en cualquier momento me obligaba a
llamarla de nuevo.
Resultaba más fácil marcar un número de teléfono, esperar
los tonos y con solo escuchar su voz tomar todo el aire que hubiera impedido
que se llenaran mis pulmones las noches previas, que admitir que me había
vuelto un traficante de su piel.
En ocasiones la opresión en el pecho era insoportable, y lo
único que había querido aprender para no volverme loco era imaginarla debajo de
mí. Pero reconocía que últimamente aquello ya no bastaba.
Ya no bastaban las mañanas a solas en el baño preparándome
para trabajar si ella no aparecía para envolverme vestida solo con la bata de
seda negra.
No bastaba desayunar la mitad de las mañanas cuando el
estómago me permitía engullir algo si ella no danzaba en la cocina entre
tostadas y café.
No bastaba la música a todo volumen en el coche para
ahuyentar la falta de su cuerpo en el asiento de al lado.
Ni las noches en la cama si al alargar el brazo o intentar
rodar sobre ella encontraba solo sábanas frías…
Dolía. En la manera que fuese, y esperaba con ansia sus
gemidos para chutarme.
Verla morderse el labio. Oír cómo me pedía más mientras
acariciaba mi cara y se deshacía en mi boca.
Exhalar entre sus pechos y llenarme así de ella.
Llenarme del encaje que pudieran vestir sus bragas. Y hurgar
entre ellas mientras ella reía apretando sus piernas porque mi pelo le hacía
cosquillas…
Dolía tenerla solícita a completar quien yo era.
Dolía contemplarla debatirse entre la necesidad del deseo y
del aire.
Verla recorrer con sus dedos mi pecho hasta llegar a mis
hombros.
Dolía verla acurrucada y oírla respirar una vez se dormía.
Dolía su piel. Y el resto de mi cuerpo una vez despertaba…
Sigo buscando a tientas ahora que no está…
Aquella mañana y de camino al baño esperé encontrarla en la
ducha.
Supe que no estaría en la cocina por más que quise inventarme
el olor del café aun sin hacer.
Y me apoyé en la pared cuando la sola visión del sobre
blanco que descansaba junto al manojo de llaves, encima del pequeño mueble de
la entrada, me provocó arcadas.
_Estoy volviéndome loca. Una puta yonqui de tu cuerpo. No me
odies…
Cuídense.
Ciao.
Hay adicciones que uno lleva con sumo placer sobre todo cuando las partes disfrutan por igual pero cuando la cuaerda se rompe por alguno de los extremos, mejor no empatar, mejor buscar otra adicción que hay muchas y variadas.
ResponderEliminarBesos de gofio.