DE CALEIDOSCOPIOS EN BLANCO Y NEGRO...


 
 
 
...Abrió los ojos y contempló el ventanal.

Le llevó unos minutos ubicarse.

Nada alrededor parecía en movimiento.

El tiempo parecía pender de uno de esos cristales de colores que convertían aquella escalera en un caleidoscopio cuando el sol de la mañana se decidía a cruzarla.

Una vez miró a su alrededor comprobó sin horror que su mano descansaba sobre uno de los escalones.  Uno de la parte baja. Pensó entonces que no le había dado tiempo a limpiar aun el hierro forjado. Y que tampoco había abrillantado el metal de los acabados de la barandilla…

No le costó trabajo incorporarse y siguió contemplando sin horror que tras aquella postura que dibujaba su cuerpo, muy probablemente habrían varias fracturas.

Debía hacer rato que todo había ocurrido, y se extrañó de que nadie la hubiera encontrado aun.

La señora no acostumbraba a tardar tanto en volver…

La sangre se depositaba lenta sobre los escalones. Dejando a su paso un rastro que el aire oxidaba y oscurecía.

Hacía algunos años, tal vez demasiados, que trabajaba para ella y conocía bien sus movimientos.

Cada viernes parecía repetirse en la niña de los ojos de una memoria demasiado acostumbrada a caminar sobre el mismo suelo, y podía predecir cuáles serían sus movimientos. Sus temas de conversación. E incluso sabía que seguiría pronunciando mal unos tiempos verbales que por ser inexistentes ella había hecho suyos, a su manera.

La oiría hablar del dinero de los otros. La falta del mismo. Y volvería a caer en la cuenta de las apariencias que por no ser, o por desconocer, a ella le ocupaban demasiado tiempo, y que compartía con su chica de la limpieza al mínimo descuido mientras compartían un café manchado y algunas galletas…

Había hecho caso omiso a las señales desbocadas de su corazón las últimas semanas.

Las arritmias se habían repetido con más asiduidad que de costumbre.

No había tenido tiempo para dedicarles demasiado tiempo y únicamente cuando estas ocurrían, trataba de sentarse y respirar con toda la tranquilidad que podía, hasta que los latidos dejaban de resonarle en las sienes, y la boca parecía volver al estado húmedo normal.

 

Aquella mañana y tras que su marido abriera la puerta, volvió a encontrarla al teléfono. Sentada con los pies sobre el sofá a modo de diván.

Tras depositar el bolso en la cama y sacar la bata de trabajo, salió de la pequeña habitación y esperó a que ella tapara el auricular del teléfono, le hiciera la misma pregunta, y le diera órdenes exactas del trabajo de ese día.

Tras más de una hora en la planta superior, ella parecía satisfecha de las tres conversaciones mantenidas y la avisó de que salía a hacer unos recados.

Después de abrillantar el baño, pasar el pincel por las ventanas de madera, revisar que la ropa del vestidor estuviera en orden y quitar el polvo de las cómodas lacadas en negro, fue a la habitación a por el aspirador y lo pasó por las tres habitaciones y el baño.

Preparó las dos bayetas para fregar la escalera a mano y metió en el bolsillo de su bata el trapo seco para limpiar los cuadros que colgaban en ambas paredes de la subida de la escalera y el hierro forjado de la barandilla, y el pincel para repasar los zócalos y la ventana.

Tras fregar la planta superior bajó el cubo y el cepillo con el que debía repasar la silla de la habitación de matrimonio. Se aseguró de haber cerrado todas las ventanas y de haber corrido las cortinas sin que estas se hubieran montado las unas sobre las otras porque a la señora no le gustaba.

Repasó entonces con la vista la lámpara forjada que se encuentra en el hueco de la escalera y tras advertir polvo en ella, echó mano al bolsillo de donde sacó el trapo y el pincel.

Volvió a la planta superior y se apoyó en la barandilla para poder alcanzar la lámpara.

Había dado aviso ya y sabía que el día menos pensado se caería si no llamaban a quien puediera volver a hacer taladros en el techo y colocar tacos nuevos. El peso de la lámpara era mayor del que esos tacos podían aguantar y se balanceaba a cada pasada que ella hacía con el trapo...

Arquea su cuerpo y acaba con el último hierro. Apenas unas pasadas suaves para evitar que la lámpara se mueva o cruja o que alguna de sus bombillas falle.

Vuelve a guardar en el bolsillo el pincel y deja el trapo sobre la barandilla.

Toma las bayetas y pasa primero la húmeda y luego la seca sobre cada uno de los escalones.

La fregona está prohibida.

Pincel sobre zócalos y trapo por la parte del hierro que queda a su alcance.

Cuadros…

Llega a la vuelta de la escalera y limpia el gran ventanal sin tocar demasiado los cristales. Otra prohibición.

Sólo pasar en pincel entre las formas de la piedra y sobre esta. Es porosa…

Sigue con las bayetas haciendo hincapié en las esquinas del mármol y sigue secando las escaleras para que no queden marcas de agua.

Algo la distrae y para de moverse y de respirar incluso para descubrir de donde proviene el ruido.

Tras mirar la puerta de la entrada y esperar unos segundos vuelve a concentrarse en no olvidar el frontal de mármol.

Segundos después algo vuelve a sobresaltarla.

Se yergue y mira hacia arriba. La lámpara se balancea. Escapa todo el aire que guarda dentro mientras fugaz cruza una pregunta que no puede acabar de formularse.

La lámpara se deprende y cae sobre  ella sin apenas darle tiempo a apartarse o cubrirse.

El golpe es seco.

Tras eso cae de espaldas y su mirada recorre la estela de la luz que se filtra por los coloridos cristales de la ventana que preside la subida de la escalera. Se sorprende ante el colorido que desde allí contempla.

De nuevo un golpe. Esta vez acompañado de sonido de cristales que se rompen.

Sobre todo el estropicio del ruido que hace la lámpara que ha debido ir a parar sobre el gran espejo del recibidor y el sobre de cristal que sujetan las dos mujeres que se funden a la mitad del cuerpo con las columnas que hacen de pie, uno sordo sonido dentro de su cabeza. Un chasquido. Algo que le recuerda a una sandía cuando golpea contra el suelo.

El corazón vuelve a colocársele en las sienes.

Negro.

Escucha su respiración agitada y a medida que el ritmo acelerado de sus sienes se detiene, lo hace también su respiración.

Se extraña porque no duele.

Las últimas semanas imaginaba ese cortocircuito. Ese relámpago que le cruzaría el pecho partiéndoselo en dos.

Nada. Silencio. Oscuridad. Paz.


Cuando consigue acuclillarse a su lado, observa que no respira. Retira un mechón de pelo y lo coloca tras su oreja y sus dedos reaparecen tras esta manchados de sangre…

Mira al techo y comprueba que la luz sigue colándose por la ventana.

Se sienta tres escalones por encima de donde está su cuerpo y espera.

Todo ocurre de manera lenta.

Los gritos…

La puerta que se abre…

El señor que la toma bajo los brazos y la deposita en el suelo de la entrada…

Reconoce la toalla azul celeste que este corre a depositar bajo su cabeza Y que no tarda en tomar un color negro…


Desciende las escaleras intentando no pisar su propia sangre.

Pasa junto a su lado.

Observa las manos que trabajan sobre su pecho.

Sonríe y sale a la calle.

No hay nada que hacer.

Ella siempre tuvo la certeza de que moriría sola…

 

Cuídense.
 
Sean Felices.

 
Ciao.

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