UNA CIUDAD LLAMADA OLVIDO...
[...]
No había decidido detenerse allí, pero tras el largo
recorrido le pareció lo más sensato.
Parar, descansar, tomar fuerzas y continuar el camino, fuese
este el que fuese y lo llevara a donde tuviera a bien llevarlo.
Tomó su maleta roída de piel marrón, echó un último vistazo
a los pasajeros que habían estado viajando con él en aquel viejo vagón, y
descendió las dos escaleras.
Levantó el cuello de su chaqueta y se apresuró a sacar del bolsillo los
guantes nada más pisó el andén.
Mientras lo hacía, el silbato volvió a sonar. Se giró y vio
que el tren emprendía de nuevo la marcha.
Desconocía dónde se encontraba.
Apenas un par de letreros a lo lejos parecían avisarle del
destino que había escogido solo momentos antes.
Otros como él parecían dirigirse a ellos.
Los siguió.
Sacó del bolsillo situado junto a su solapa las gafas y se
las colocó.
Había llegado a la estación de una ciudad llamada Olvido.
Reparó en quienes allí se encontraban, portando como él una
única maleta. También de piel marrón. También roída…
No tardó en caer en la cuenta de aquel nombre, y mientras
pensaba qué o quienes pudieran haberle hablado de él, caminó hacia la salida.
El vestíbulo de la estación parecía inmóvil. Enmarcado en un
tiempo que probablemente era real. Y le sorprendió observar que quienes por él
transitaban, perdían sus maletas en los espacios de suelo donde el sol matinal
caía, colándose por los grandes ventanales.
Trató en vano de averiguar si con él ocurriría lo mismo. Y
se acercó a las grandes losetas iluminadas. Nada. No ocurrió nada.
Una vez en la calle, algunas cosas le llamaron la atención.
El cielo parecía haber cambiado por completo. El sol parecía
haberse quedado en el vestíbulo de la estación. Una vez cruzó la puerta y
salió, no hubo manera de encontrarlo.
Habían dos clases de personas. Las que miraban al suelo y
las que miraban de frente. Ambos con sonrisa hierática. Ambos con miradas que
desconocía.
Los árboles no se vestían con hojas verdes. En su lugar
pequeños pedazos de folios caducos caían al suelo. En todos había escrito lo
mismo...
…Lo que no se cuenta, se olvida. Lo que no recuerdas, nunca
pasó…
Se dirigió hacia una cafetería pensando en tomar solo un
café. Tras eso aún le quedaría buscar un lugar en el que hospedarse y pasar la
noche.
_Un café solo. Corto. Sin azúcar por favor.
Lo tomó de un trago.
Y se disponía a salir cuando observó sobre las estanterías situadas detrás de la barra, entre las botellas, un
letrero en el que había escrito lo mismo que leyera momentos antes en las hojas
que había recogido del suelo.
_Es ese su salvoconducto?
La voz de aquel camarero lo devolvió del momento exacto en
que viera escrito aquello por primera vez…
_Disculpe?
_Cuándo ha llegado?
_Hace apenas una hora.
_Y es ese su salvoconducto?
_No.
_Cuántos días piensa quedarse?
_Estoy de paso.
Responder a aquellas preguntas le hacía sentir incómodo. Aquel hombre no dejaba de ser un
desconocido a fin de cuentas…
_Claro. Nada más salir, tome la calle abajo. Dos manzanas más
allá encontrará un pequeño hotel. Es limpio. Y no es caro.
No se entretenga demasiado. Pronto empezará a anochecer.
…Mientras sacaba su cartera para pagar, pensaba en aquel
hombre y sus palabras. Hacía escasas horas había amanecido.
_No se preocupe. Invita la casa.
Salió a la calle y miró su reloj.
No era la primera vez que las manecillas hacían de las suyas,
y se detenían en una hora concreta.
Esta vez, junto a ellas, parecía jugar al escondite ese
pequeño recuadro que le recordaba el día, y que de tanto en tanto, convertía en
principio de mes un día treinta y uno de cualquiera de los meses largos, o por
el contrario, empezaba el mes antes que el resto de relojes…
Encontrar el hotel no le resultó complicado. Y llegó a la
conclusión de que durmiera en aquel último trayecto de su viaje más de lo que
pensaba, con las manecillas del reloj paradas desde las once de esa misma
mañana o de la noche anterior.
Estar en esa ciudad no hacía más que acrecentar su necesidad
ya de por sí enfermiza de darle a todo un sentido racional y justo. Para
demostrarse que todo tenía una explicación. Que todo era matemático y que todo tenía un por qué…
_ Tercera planta. Habitación número diez. Al final del
pasillo.
Cuántos días piensa quedarse?
_Solo estoy de paso.
_En ese caso solo tomaré sus datos. Cuando decida que es el
momento nos lo hace saber y liquida la cuenta. Tiene toallas limpias en el
baño. Pasarán a limpiar la habitación a las nueve de la mañana. Si no quisiera
ser molestado, coloque en el tirador de la puerta el cartel que encontrará
dentro.
_Gracias.
Tras abrir la puerta, se encontró una habitación
desangelada. Apenas una cama, una mesita de noche y un armario. El baño no
corría mejor suerte y vestía de blanco sus paredes, como la habitación.
Las toallas olían a limpio.
Depositó la maleta sobre la cama, sacó ropa limpia
y decidió tomar una ducha caliente antes de acostarse...
Esto tendrá 2ª parte ¿no? me has dejado con ganas de más. La foto espectacular y el nombre de la ciudad, como poco, sugerente, para no olvidarlo. Saluditosss!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho...
ResponderEliminarAhora tengo la duda de si habrá segunda parte o la habrás olvidado...
Hola chicas. Gloria, A contracorriente, sí. Habrán algunas más. El problema es que me faltan algunas fotos. Eso, además de que una anda como de costumbre intentando llegar a todo y sin tiempo de nada. Y no. Hasta que no lo escriba no podré deshacerme del todo, así que a escribir toca. Besos. Gracias.
ResponderEliminarCuídense.
Sean Felices.
Ciao.
;-P