NUESTRO FANTASMA...
Lo veo perderse de tanto en tanto sin saber a dónde va.
En ocasiones lo oigo reírse a carcajadas y cuando aparezco
en escena para preguntarle de qué se ríe, para en seco incapaz de darme
respuestas.
Como si su amigo invisible, nuestro fantasma, lo hiciera callar.
Manteniéndolo a su lado y alejándolo de mi.
Poniendo de por medio barreras de invisible silencio,
palabras que no entiendo, enfados y preguntas a las que no puedo dar respuestas…
Tras algunos meses de estudio, la última psicóloga que lleva a mi
hijo finalmente, y tras más de cinco años y medio dando vueltas y buscando
ayuda, lo diagnostica de algo que descartó hace menos de un año…
Qué iba a saber yo si solo soy madre?
Si solo me he vuelto loca buscando la manera de acercarme a
él una y otra vez.
Recibiendo la mayor parte de veces más silencio mientras
pedía a gritos…
Tengo la sensación de haberme quedado muda.
Que el peso constante ante la incertidumbre me ha vuelto pequeña.
Que solo soy una mujer luchando contra un Goliat
demasiado desconocido y mientras, el tiempo pasa alejándome cada vez más de mi
hijo…
Sola.
Enfrentándome al miedo sola.
Caminando a su lado sola.
Con mi hijo. Sola.
Demasiado sola.
Agotada. Colapsada. Incapaz de dar con la salida. Sin saber
dónde buscarla, por dónde seguir o si debiera empezar de nuevo.
35% de discapacidad.
Y siendo eso, por más que no sepas de qué manera cubrir
carencias, vuelves a utilizar la técnica del abanico.
Probemos de todo hasta dar con la tecla que hoy suena.
Cuando mañana deje de sonar, abriremos el abanico de nuevo
hasta que seamos capaces de dar con una tecla
que emita el sonido que tú escuchas.
Y así fue como con cuatro años y medio, empecé a trabajar
con pictogramas porque mi pequeño no hablaba. Hacía servir una comunicación por
ecolalia y era incapaz de pedir nada que no fuera por señas. Llegué a pensar
que no viviría nunca eso de hacerle una pregunta y que la cosa fuese más allá
de dos frases a medias…
Tablas de trabajo, témperas, libros, miedos, canciones,
juegos, llantos, enfados y tiempo después, llegaron los abrazos y los besos.
Llegué a pensar que tampoco llegarían y nadie sabe cómo los necesitaba…
Ha sido un tiempo demasiado largo. Lleno de un sentimiento
de culpabilidad que me imponían otros y que acababa haciendo mío.
Espero a reaccionar aun porque trabajar desde el
desconocimiento es más fácil que hacerlo bajo la etiqueta del TEA.
Y sigo sintiendo miedo. Cuando lo veo alejarse y quedarse en
un rincón. Cuando veo las burlas. El desconocimiento que lo empuja a la soledad.
El llanto por no entender. El miedo que lo colapsa. Sus estereotipias. Su
hablar a solas. Su cantar antes de dormirse. Sus preguntas. Sus historias. Sus
dibujos…
Cuando lo veo alejarse de la mano de quien lo comparte
conmigo a medias, y me lo devuelve cada vez más, haciéndome saber que está
ganándome la batalla…
Ante la indefensión y los miedos no hay que tirar la toalla, al contrario, hacerle frente a todos los fantasmas es la mejor manera de que no coman terreno cada día, que sepan que estás ahí, temblando, pero dando la cara.
ResponderEliminarGracias por tu comentario en mi blog, se ve que te gustó mucho, me alegra llegar al que lee.
Saludosss!