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Seguía empalmado mientras abría los cajones sin hacer demasiado ruido y echaba al suelo todo lo que no pudiera tener valor.
En la otra habitación había encontrado la pequeña maleta que debía acompañarlo en sus viajes y decidí coger el teléfono y todo el dinero que hubiera en su cartera.
El golpe fue seco y antes de llegar al suelo ya estaba muerto. Es lo que tiene echar las cortinas antes de salir a correr. La penumbra no siempre es buena. Este tipo debía saberlo. Tardó más de lo habitual en volver. Nunca corre más de cincuenta minutos.Un peso sordo que cae al suelo. Sudoroso. Seguro de tomar una ducha relajante antes de pedir la cena. Lo observo. Paso algunos segundos observándolo y escuchando el silencio que envuelve la escena a veces solo ruidosa cuando la vida tras esta puerta, hace ruido. Soy consciente en ese justo momento, que en el fondo, debo estar tan loco como enfermo. La bragueta de mi pantalón puede dar toda la fe necesaria. Otro encargo desde arriba. Han sido tantos, que he dejado de hacerme preguntas, de plantearme cómo serían sus vidas o si alguien los esperaría de vuelta a casa o lloraría su pérdida. No he dejado de leer los informes. No quiero volver a sentir que dentro haya nada que me asemeje a cualquiera de los humanos  con los que me cruzo a diario. Que nada me recuerde. Y sentir asco es el mejor de los remedios.

Quiero saber más allá de quiénes son y dónde puedo encontrarlos. Necesito sentir todo el asco del que soy capaz antes de matarlos. Abandono la habitación por la escalera de emergencia tras haber dejado tras de mí, un rastro de esta locura que algunos elegimos vivir. Tres manzanas después, hago trizas el teléfono y lo lanzo al río.
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No he venido aquí a construirle nada en absoluto, tampoco a  destruirle, ya que cuando llegué no quedaba nada que poder tirar al suelo. Nada que romper. Nada que hiciera ruido. Nos mantenemos, sin simbiosis alguna porque puestos a cometer estupideces, pactamos lo que no se puede o no se debe. Así es ella.Tan segura de sí misma que solo necesita parapetarse tras docenas de cojines una vez estamos en la cama, como si eso, solo eso, fuese a detener a cualquiera. Le sobran las sábanas y los monstruos y anda falta de caricias. Cientos de besos que la recorran de dentro hacia fuera. No seré yo el que la desnude y la llene. Lo sabe. Lo sé.Me he deshecho de algunos de los rostros, he llegado a olvidar las promesas que se hacen por miedo, las que se mantienen por nostalgia caduca, y sigo sintiendo que aun no es ella. A días en los que el trabajo me reconoce como lo que soy, a noches en las que el silencio martillea hasta meterse dentro. Solo un intercambio que nos mantiene atados, porque por estúpido, es de los antiguos y está escrito en blanco y negro solo de palabra.
Así es ella. Entre encajes y satenes solo para despertar y cubrir, aunque ella los utilice para lo segundo y a mí me provoquen lo primero. Es solo que no puedo desprenderla de sus cojines y sus trincheras. Solo por miedo. Solo porque me mueve la inercia. El caduco pacto.
Este soy yo. Un hombre que no merece grandezas, aunque tras sus muros y sus piedras, se alza ella, siempre ella, tan segura y diosa.

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