...Y AUNQUE DESCONOZCAS LOS PASOS, A BAILAR TOCA...( VIII )




 

…Siento miedo. De lo que pueda haber sido, esté siendo, o sea. Mi cuerpo empieza a temblar y deposito a la peque sobre la cama. Siento náuseas y por una maldita vez ha desaparecido todo sonido sordo. Me doy cuenta de ello cuando el llanto casi gatuno de esa pequeña cosa me llena por completo mientras me dirijo al baño no sin problemas para vomitar solo bilis. Juraría que antiguos olores pueblan mis fosas nasales.

…Hay heridas que no cicatrizan nunca. Heridas que permanecen ocultas para abrirse en el momento menos esperado, que acostumbra a ser siempre. Pequeños demonios que vienen a hurgar en ellas y acaban convirtiéndolas en llagas sangrantes que no terminan por secar antes de volver a abrirse… Me doy cuenta de esto mientras intento acallar el llanto de esa pequeña criatura bajo el chorro de agua de la ducha. Completamente desnuda. Hecha un ovillo mientras me agarro las rodillas y me mezo hacia adelante y atrás y tarareo algunas notas para ahuyentar todo mal…Hay vidas que tratan de esas heridas…

La hiel vuelve a recorrerlo todo por completo. Y reconozco esa tan familiar sensación en el cielo de la boca.

Un par de toques suaves en la puerta me sacan de la espiral de locura y odio que acaba de empezar a nacer dentro, de nuevo, para ser gestada apenas sin tiempo…

Me envuelvo en la toalla y salgo decidida a empezar a escupir.

Chema aguarda al otro lado de la puerta con la criatura entre los brazos. Me mira y en sus ojos veo solo precaución. Ya ha debido darse cuenta de que no es el mejor momento para cuestionar nada que no sea mi silencio, y debe hacerlo de ojos hacia adentro porque no emite ni un solo sonido.

Voy al comedor mientras intento recordar dónde dejé el teléfono la noche antes. Recuerdo entonces que la falta de pasión y vocación al amor nos hizo dejar la ropa escampada por todo el salón.

Logro encontrar el bolso entre los cojines del sofá. Ahora mismo mi enfado se centra en el teléfono. Rebusco y logro encontrarlo entre algunos papeles, piezas de las sorpresas del huevo kínder, mecheros, y algunos papeles de madalenas ya duros.

Voy a la guía y d allí directamente a la “Z”.

Marco. Un tono. Dos tonos. Tres malditos tonos durante los cuales mi respiración  ha ido en aumento y me reconozco como un toro de miura que espera que le abran el callejón para embestir sin cuidado, olvidando las formas y haciendo uso de un vocabulario y una hiel que se atropellan en mi boca.

…_Eres el mayor hijo de puta que se ha cruzado en mi vida. Dime dónde está y dime que está bien o juro por Dios que acabaré contigo antes de que puedas darte cuenta.

_Aroa escucha…

_Que te jodan! No pienso escucharte. Dijiste que cuidarías de ella y que me mantendrías informada de cuanto pudiera ocurrir.

_He tratado de hacerlo.

_Y una mierda has tratado de hacer nada.

_Te envié una carta…

Y entonces recuerdo…

_Necesitaba hablar contigo. Debíamos habernos visto anoche.

Sigo en silencio.

_Estuve esperando y no apareciste.

_Dónde está?

_No lo sé.

_Tenías que encargarte de ella.

_Lo hice con ella como lo hice contigo. Encontré a la pequeña hace un par de noches metida en esa misma caja en la puerta de casa. Esperaba que tú pudieras aclararme algo.

_Qué coño esperas que sepa yo?

_Yo no puedo atenderla.

_Y esperas que yo pueda hacerlo?

El silencio se vuelve pesado y agotador a ambos lados del teléfono. Quiero obtener respuestas de quien no puede dármelas. Al otro lado esperan lo mismo. Es inútil seguir con la charla.

El llanto casi inaudible de la pequeña me saca de ese momento de estupor al sentir el miedo recorriéndome por completo hasta convertirse en algo físico que recorre mi cuerpo de arriba a abajo. Estoy dispuesta a colgar.

_Hay algo más. Necesito verte.

_Qué más?

_Te lo diré en cuanto nos veamos. Tranquila. No será mucho tiempo. Vuelvo a ponerme en contacto contigo.

Cuelgo. Sé que encontrará la manera de dar conmigo. Ya lo ha hecho.

_Con quién estabas hablando? Qué está pasando?

Está claro que algunos empiezan a necesitar respuestas. Que no tengo, que no encuentro, que no logro ver, repuestas que no ando segura de querer encontrar…

_Aroa qué está pasando?

Miro a Chema y a ese pequeño bulto que coge entre sus brazos de manera inexperta.

El portero automático nos sobresalta y decido ir a vestirme mientras él habla con quien sea que ande abajo. Dos minutos después y sin haberme cepillado siquiera el pelo, salgo de la habitación. Quique habla en voz baja. Noto su mirada. No le hace falta hablar. Me hace sentir incómoda. Un par de agentes pululan por el piso y tras saludar, cojo a la pequeña entre los brazos.

_Supongo que lo más sensato es ir al hospital.

_Supones bien.

_En marcha entonces.

 

Chema, Quique, la peque y yo salimos del piso. No pienso en si alguien queda dentro, por qué lo hacen, o qué buscan. Los veo quedarse allí pero me mantengo en silencio. Me doy cuenta de que todos lo hacemos cuando las señales de la radio son la única compañía sonora. La peque duerme. Parece tranquila y la acerco al pecho para acurrucarla. El teléfono en modo de vibración de Quique, y luego solo una frase.: _Estamos llegando.

Sean quienes sean que anden al otro lado, nos esperan. Entonces caigo en la cuenta de que todo cuanto pueda avecinarse va a escapar a mis manos. Estoy agotada de piel hacia dentro.

Directos a una sala. Médicos. Ir y venir. Pruebas. Toallitas húmedas para refrescarla. Llanto. Se me encoge el corazón cuando los veo pincharla para extraerle sangre. Un pañal agujereado del que pende una pequeña bolsa servirá para tomarle pruebas de orina. Y finalmente tras más de tres horas de ver batas blancas entrar y salir del pequeño habitáculo en el que estamos, una mujer algo oronda y de cara afable trae un bibi.

Ante mi negativa, es Chema el que coge a la peque entre sus brazos y mientras la observo chupar de la tetina, recuerdo a Leo. En lo pronto que aprendió a hacerse con el bibe. En el ruidito que emitía de satisfacción a medida que iba tomándoselo, y en su respiración tranquila, pausada y satisfecha una vez lo acababa. Necesito salir de allí y fumarme un cigarro. Al salir de la sala saludo a Quique y le enseño el paquete de tabaco. Asiente.

Amanece y el frío me golpea nada más pongo un pie tras la puerta automática de entrada del hospital. La primera calada me recorre por completo y contemplo la noche sin demasiadas ganas de centrarme en nada más que en las volutas de humo blanco que desaparecen ante mi vista y el claro de la primera hora de la mañana.

Luces rojas traseras de coches que aparcan ante la entrada. Contemplo la vida de los otros pasar, y siento que la mía está plantada y sin intención de moverse de la loseta que piso en esa entrada de hospital.

_Estás bien?

Ni siquiera he oído la puerta abrirse. Quique me mira desde no sé demasiado bien dónde, así que solo asiento.

_Puedes explicarme qué está pasando?

Niego. Ahora mismo sería incapaz de hilar una sola frase coherente.

_A quién has llamado desde el piso.

_A un amigo.

_Él sabe algo de todo esto?

Vuelvo a negar.

_Debíamos habernos visto ayer por la noche pero se me olvidó, estuve con tu hermano.

_Nada más?

_No. Debíamos vernos solo para hablar un rato, el caso es que hace un par de noches le dejaron a la pequeña.

_Por qué a él?

_No lo sé Quique. Entiendo tan poco de esto como tú. Solo puedo decirte que me han dejado a un bebé en la puerta. Eso es todo.

_Por qué lleva tus apellidos?

_No lo sé.

_Aroa…

_Quique ahora no. Va a explotarme la cabeza.

_Está bien. Vamos. Te acompaño. Pero volveré a insistir. Necesito respuestas, lo entiendes, verdad?

_Yo también las necesito.

Y volvemos a la habitación.

 

Chema acaba de darle el bibe, me lavo las manos y la coloca sobre mi hombro y mientras la animo a echar los gases, vuelvo a mecerme sobre mí misma. Coloco mis labios sobre su tierna cabecita y entono de nuevo una escala de tres notas, que alargo a cuatro o a cinco en cuanto me vienen a la memoria algunas nanas. Cierro los ojos mientras bailamos juntas. El agotamiento empieza a hacer mella. No sé el tiempo que van a tardar en darnos los resultados, ni el que van a tardar en decirnos que podemos irnos a casa. Coloco la almohada en un extremo de la camilla, subo las barandillas, coloco a la peque entre el cojín y yo, y mientras la observo y me aseguro de que su respiración sigue calmada, nos quedamos dormidas.

La luz es tenue cuando un pequeño maullido me desvela, intento ubicarme y entonces lo veo.

_Hace unos minutos que lo han traído, pero preferí dejaros descansar. Quieres que se lo dé yo?

Niego. Me incorporo tambaleándome. Me aseguro de que el pañal esté limpio. No lo está. La cambio y me dispongo a sentarme en la butaca que ocupa Chema que al darse cuenta me la cede para ir a sentarse en la cama.

_Estás bien?

Asiento.

_Qué está pasando, Aroa?

Me mantengo unos segundos observando a esa pequeña que se debate entre unos brazos desconocidos, tratando de alimentarse, y sin saber de dónde, las lágrimas asoman de nuevo.

_Ahora no, Chema.

_Está bien. El médico pasará en breve.

Asiento.
 
Cuídense.
 
Sean Felices.
 
Ciao

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